Volver al sitio

Necesitamos pasar tiempo a solas

Por Corina Valdano

3 de mayo de 2019

La importancia de darnos un tiempo con nosotros mismos

De sobra sabemos los beneficios de tener relaciones sociales saludables y enriquecedoras. De hecho pasamos la mayoría del tiempo interactuando con los demás, de manera directa e indirecta, a través de las redes sociales ¿Pero qué pasa con nuestros tiempos en soledad? ¿Acaso no necesitamos “estar con nosotros mismos” y con nadie más?

Hay personas que gozan de estar tiempo a solas y hay otras que huyen despavoridas de compartir consigo mismas su propia compañía.

Hace un tiempo tuve la oportunidad de hacer un retiro de silencio por varios días en India en soledad. Al principio me resultó extraño, sobre todo cuando se es madre de un niño pequeño que no para de hablar. Sin embargo, al cabo de tres días comencé a sentir una paz y una conexión interior como nunca había sentido antes. Pareciera que la mente se va desintoxicando de tanto murmullo sinsentido, los sentidos del gusto, del tacto, de la vista y del olfato se activan y la conciencia se relaja hasta quedar laxa y clara.

Detrás o por encima de tanta rutina y corrida, de tantos encuentros y desencuentros, carcajadas, chistes y risas hay un contacto esencial que emerge cuando uno se deja acariciar por la soledad fértil. Esa soledad en la que uno se tiene a sí mismo, escucha su corazón, se da cuenta que tiene un cuerpo, reconoce su cansancio y también su enorme energía y vitalidad.

Detrás o por encima de tanta rutina y corrida, de tantos encuentros y desencuentros, carcajadas, chistes y risas hay un contacto esencial que emerge cuando uno se deja acariciar por la soledad fértil

Cuando uno aprende a habitarse, se lleva y se trae a sí mismo siendo su mejor compañía, las personas de alrededor “se eligen”, pero ya no “se necesitan” para cubrir espacios a solas con uno mismo.

Esto es muy saludable porque nos volvemos más selectivos con nuestros vínculos, ya no buscamos compañía vacía sino reuniones significativas, relaciones constructivas y benéficas que nos suman y no nos restan.

Quienes no soportan sus espacios a solas, llenan sus días de relaciones que pueden llegar a ser tóxicas con tal de llenar lo desértico de su ausencia de presencia. Cuando hay “hambre” de tener personas alrededor, ya no se selecciona. Como quien con el estómago vacío come cualquier cosa con tal de saciar su voracidad. Así, quien esquiva su soledad, dejará que cualquiera le haga ruido o le sirva de distracción. Cuando la ausencia de los demás nos llena de angustia y ansiedad, tenemos problemas para escuchar nuestra interioridad.

La soledad nos ayuda a lograr un equilibrio interior

Pasar tiempo a solas es fundamental para lograr paz y serenidad interior, especialmente cuando nos sentimos estresados y sobrecargados. En el contexto que vivimos en donde hay tantos estímulos, necesitamos desintoxicarnos de tanto bullicio y agitación. Pasar tiempo a solas, en silencio, en contacto con nuestra honda profundidad, provoca cambios importantes en nuestro cerebro, alivia los pensamientos perturbadores y apacigua las emociones exaltadas.

Necesitamos familiarizarnos con niveles más bajos de estimulación. No tanta televisión, redes sociales y algarabías alrededor. Las prácticas de meditación pueden ser un buen recurso, sin embargo no todo el mundo logra generar ese hábito. Y no hace falta llegar a ser un monje tibetano para encontrarnos con momentos sagrados de calma. Estando en casa, podemos llenar la bañera con agua tibia y recostarnos sobre ella, ponernos una velita y aromatizar un espacio, cerrar los ojos y abrirlos hacia dentro nuestro, dejar que el silencio entre por los poros de nuestra atiborrada mente, recostarnos en la cama y leer un libro que nos ayude a abrir nuestra consciencia.

Esos momentos cuando se encuentran, “nos encuentran” y lejos de quitarnos ese tiempo que siempre insistimos que “no tenemos”, nos vuelve personas más enfocadas en lo que queremos y por ende menos perdidas por la vida. Ese tiempo en soledad que nos damos, en los cuales la esencia más auténtica tiene ocasión de “decirnos algo”, nos ahorra de ir por la vida a los ponchazos y como gallitos ciegos tanteando por dónde sí por dónde no, haciendo una especie de “ensayo – error” que nos consume demasiada energía y muchas veces nos conduce a la frustración.

Brother David, monje benedictino abocado a construir un dialogo entre la ciencia, la psicología y la espiritualidad, suele decir con absoluta convicción… “Stop – Look and Go”. Lo que en occidente equivaldría a “parar la marcha, mirar hacia dentro y luego seguir nuestro camino con más consciencia, sagacidad y discernimiento de lo que queremos en la vida”.

No es fácil sino diferenciar lo ajeno de lo propio si siempre estamos inmersos en la manada, siguiendo lo que todos hacen o nos dicen que tendríamos que hacer, escuchando mandatos externos que tienen el enorme poder de torcer nuestros más auténticos deseos.

No es fácil sino diferenciar lo ajeno de lo propio si siempre estamos inmersos en la manada, siguiendo lo que todos hacen o nos dicen que tendríamos que hacer, escuchando mandatos externos que tienen el enorme poder de torcer nuestros más auténticos deseos.

Aislarse y no experimentar contacto con el afuera por un tiempo, es muchas veces una prueba de fuego. Habrá quienes prefieran minutos u horas, habrá otras personas que necesiten días enteros de retraimiento. Cada quien puede ir probando y encontrando su justa medida para “desconectar y hacer contacto”.

La palabra “Retiro” no está asociada a irnos un fin de semana lejos de todo… aunque es una buena recomendación para quienes puedan hacerlo, no todos logran hacerse ese momento.

La buena noticia es que podemos hacer “Retiros” desde casa, basta con que “retiremos” los estímulos externos para irnos hacia dentro en silencio. ¡Hacer un Retiro es eso! "Retirar nuestros sentidos de los estímulos externos". No requiere viajes, dinero ni maestros. La mejor maestría está dentro nuestro si comenzamos a entrenarlas y volvernos diestros en encontrar momentos para que la porción más propia de cada una de las personas haga oír su voz y nos diga verdades acerca de quienes estamos siendo y qué necesitamos comenzar a implementar en nuestra vida o “armonizar” para una existencia más plácida, feliz y en coherencia con nuestros valores, nuestra ética, nuestros proyectos y aspiraciones durante esta existencia finita que acaba muchas veces antes de que nos demos cuenta que estamos yendo a ciegas en piloto automático y sin consciencia de que hoy estamos y quizás mañana no. Lejos de ser ésta una mirada trágica y dramática, es una mirada real que nos ayuda a valorar la vida humana que tiene un inicio, un ciclo y un final.

La soledad, bien gestionada, nos empodera y nos ayuda a encontrarnos.

La soledad, bien gestionada, nos empodera y nos ayuda a encontrarnos. Como una brújula nos señala el camino que debemos tomar por nosotros mismos, sin escuchar a nadie más que a nuestra esencia más primigenia “que nos sabe” desde siempre y que a veces no tenemos en cuenta o no le damos el espacio para que nos susurre al oído lo mejor para sí.

La continua compañía continua nos agobia y nos des/pista (nos saca de pista)

Las relaciones sociales exigen mucho de nosotros, nos demandan demasiada energía porque uno trata de estar acorde con la ocasión, de decir lo apropiado, lo no desubicado. En encuentros sociales, no nos relajamos como estando en casa y en pantuflas. Por supuesto, que también las relaciones sociales son necesarias y generan muchas satisfacciones. Sin embargo, a veces no nos damos cuenta que invertimos mucho tiempo y mucha energía en ellas. La regla es al revés, estar con nosotros es lo natural y esperable y los encuentros sociales, excepcionales.

Cuando invertimos esta dinámica, terminamos viviendo más en función de los demás, que de lo que realmente queremos. El trabajo, la pareja, la familia, los amigos y esa lista interminable de “tenernos que vernos”, son los muchos ámbitos sociales en los que nos movemos y cada uno de ellos tiene sus propias demandas y exigencias. Muchas veces en esta maraña de compromisos y juntadas, perdemos referencia de dónde termina lo propio y dónde comienza lo colectivo. O viceversa.

Pasar tiempo a solas nos ayuda a concentrar nuestras energías en nosotros mismos, sin tener que poner la mejor cara, demostrar nada a nadie ni dar explicaciones de nuestras elecciones.

Pasar tiempo a solas es una manera de volver a concentrar nuestra atención y nuestra energía en nosotros mismos. Una oportunidad para entrar en sintonía con “quienes estamos siendo momento a momento”, sin tener que poner la mejor cara, demostrar nada a nadie ni dar explicaciones de nuestras elecciones. Esos espacios nos ayudan a mirarnos con honestidad y lealtad. A percibir cómo somos realmente sin la influencia de ese contexto social que a veces nos agobia de tantas voces externas, opiniones y enredos de identidad.

El tiempo a solas nos contacta con nuestra sensibilidad y nos vuelve personas más porosas.

Durante la soledad se produce un desplazamiento de la atención del fuera hacia el dentro. Al dejar de utilizar la parte del cerebro que se encarga del habla y la interacción, otras áreas de ese órgano comienzan a actuar con mayor intensidad. Y esto no lo digo yo, lo dicen las neurociencias. Se agudiza la atención, la concentración, la calma interior y hasta el ingenio. Puede que al principio, si no estamos acostumbrados a tenernos como aliados, nuestros pensamientos sean dispersos y fugitivos. Pero cuando nos vamos acostumbrando a esos momentos “sagrados” de intimidad, lo esperable es que donde antes hubo mucho ruido mental, se vaya gestando la paz mental.

El tiempo a solas nos sensibiliza y nos vuelve más humanos porque el efecto es que poco a poco nos vamos dando cuenta de sentimientos, emociones, ideas e inspiraciones que no teníamos en cuenta o no teníamos la oportunidad de escuchar con tanta claridad. Esta es una forma de “despertar”, de salir del esquema robotizado en el que solemos estar a diario. Nos volvemos más creativos y espontáneos cuando nos habitamos de cuerpo y alma, siendo quienes somos, sin máscaras.

Y cuando volvemos a nuestra vida normal, nos damos cuenta que lejos de estar aislados, estamos más empáticos y conectados con lo demás porque hemos logrado primero sintonizar con nuestra amorosidad y nuestra más vulnerable humanidad. Nos volvemos seres más tolerantes, comprensivos y respetuosos de los tiempos y espacios ajenos, menos invasivos y más auténticos, porque tenemos más en claro quiénes somos, después de tamizar lo propio sin ruidos y estímulos externos que confundan nuestra identidad en los sucesivos intentos de agradar a los demás.

¿Y cómo hago si no tengo tiempo, si mis hijos me demandan y estar a solas es una conquista excepcional?

Quienes se encuentran en estas circunstancias reales, en las cuales no pueden desdoblarse, al menos quince minutos al día bastan. Un baño más largo de lo previsto, una vuelta a la manzana, una caminata, un té a solas a primera hora de la mañana o cuando ya están todos dormidos…, es un tiempo que puede contar como un espacio a solas con uno mismo en el monasterio de la vida cotidiana occidental, ¡que es el más desafiante con el que tenemos que lidiar!

Ahora bien, en aquellas etapas en las que nos sentimos muy “cargados” o exhaustos, estresados, cansados, quizás sea necesario hacer un ejercicio más intenso y comprometido. Lo aconsejable es poner un stop y saber pedir lo que necesitamos a nuestros seres queridos para re-equilibrarnos, no solo para nosotros mismos sino para dar de nosotros lo mejor a lo demás, porque cuando estamos pasados de “rosca” no hacemos más que hacer y hacernos mal. No tenemos que irnos al otro lado del mundo, pero sí instaurar un espacio que realmente nos permita un corte con todo lo habitual.

Al principio estos espacios a solas generan cierta incomodidad. Pues todo cambio implica cierta resistencia a salir de lo habitual. Sin embargo, con el tiempo y la constancia, realmente te darás cuenta de que verdaderamente vale la pena y cuando uno aprende a tenerse como aliado, ya no “necesita” más parches, solo acepta ejemplares humanos que sean de calidad y no objetos de decoración de una vida que no se anima a ser vivida por sí misma.