Volver al sitio
Volver al sitio

Cómo transitar una desilusión

Por Corina Valdano

· Relación con uno mis

¿Cómo superar una desilusión?

La vida es un continuo de alegrías y desencantos, de ilusiones y desilusiones. Animarnos a vivir supone correr el riesgo de que no todo lo que esperamos con profundo anhelo termine concretándose o alcanzando nuestras expectativas, que por lo general suelen ser demasiado altas.

Cuando generamos expectativas sobre alguien o sobre algo, nos ilusionamos. Y es debido al mecanismo de la ilusión que proyectamos sobre las cosas y las personas características y atributos que suelen ser bastantes irreales. Y sobre esa imagen distorsionada tejemos infinidad de cosas…

“Qué esa persona nos hará feliz”

“Qué ese amigo será el mejor”

“Qué el emprendimiento irá sobre ruedas”

“Qué la vida nos cambiará sino nos mudamos a otro país”

“Qué tal cosa será la solución”

La psicología budista nos dice que en la vida todo es una ilusión. No vemos las cosas tal cual son, las vemos con los anteojos que llevamos puestos, que hemos ido diseñado a partir de nuestras experiencias, de nuestra educación, de las creencias acerca de nosotros mismos, de los demás y todo lo que nos rodea. A esa gran ilusión, esta tradición de sabiduría oriental le llama “maya”, que tal como un velo cubre la realidad de lo que és para que lo veamos cómo lo queremos ver, o ¿por qué no? como necesitamos verlo porque nos cuesta aceptar las cosas tal cual son en un determinado momento.

Todos, absolutamente todos los seres humanos somos vulnerables a caer en los engaños de nuestra mente, a forjarnos ciertas ideas de las personas o de los acontecimientos que no son fiel reflejo de lo que es.

Desde nuestras expectativas photoshopeamos la realidad para que esa persona de la que nos enamoramos sea vista como perfecta o porque necesitamos que una determinada situación esperada sea la promesa y la esperanza de una vida mejor.

Sin embargo, cuando el velo de la ilusión cae y lo real dista de lo esperado sobreviene la ingrata desilusión para arrebatarnos las fantasías que habíamos tejido en nuestra mente. Sobreviene una ola de sorpresa combinada con tristeza que puede dejarnos abatidos, desanimados y apesadumbrados.

Cómo superar una desilusión

Con frecuencia caemos en el error de enojarnos con nosotros mismos, de reprocharnos, de sentirnos tontos, por haber confiado, creído, fiado, apostado.

Cuando el desengaño sobreviene de una persona querida que nos defraudo, nos regañamos diciéndonos “¿cómo es que no me di cuenta?”, “¿cómo pude ser tan incrédula/o?”, “¿cómo no vi lo que tenía ante mis ojos?” Es que cuando estamos enamorados o ilusionados con una determinada persona, nuestra mirada se distorsiona. Nuestro cerebro segrega al torrente sanguíneo infinidad sustancias que nos impiden una visión clara. No se trata de ser tonto o tonta, estamos desbordados de hormonas que nos nublan la razón.

Cuando la desilusión acontece como consecuencia de las expectativas puestas en un lugar, en un viaje, en una situación o un cambio, aquello tan esperado llega y nos damos cuenta que ni nos transformó ni nos cambió la vida. En este caso, el desencanto puede hacernos concluir que nada vale la pena, que fue una mala decisión, una pérdida de tiempo, que si no es tal como se imaginó todo lo demás no cuenta.

La solución a la desilusión

Cuantas personas presas de su ira o de su tristeza se prometen nunca más confiar, no poner expectativas en nada más, guardar sus ilusiones en un cajón o vivir sin esperanzas.

Evitar la decepción supone no esperar nada, pero ese desapego emocional es una sentencia a una vida vacía y apagada.

Ilusionarnos y desilusionarnos es prueba fiel de que nos corre sangre por las venas, de que la vida nos importa y de que las cosas no nos dan lo mismo. No podemos vivir sin esperanzas y anhelos pues en gran parte nos hacen igual o más felices que alcanzar objetivos definidos. Es hermoso ilusionarse, es un estado que se siente como muy gozoso. A pesar del riesgo de padecer un posible desencanto.

El mejor momento de una ilusión es cuando subimos la escalera, la mitad de la felicidad se encuentra en la espera y la otra mitad en el tiempo presente. De modo que no se trata de evitar la decepción sino de hacer un mejor uso de ella.

Transitar la desilusión

¿Cómo aprender a gestionar la desilusión?

Lo que más nos genera dolor no es la desilusión en sí misma sino nuestra manera de transitarla. Nos daña una enormidad el trato que nos damos cuando sentimos que fallamos en darnos cuenta o en hacer un apuesta. Nos lastima también la no aceptación a lo que es cuando el velo dejó ver aquello que estaba detrás.

Carl Gustav Jung, dijo alguna vez… “Lo que resistes, persiste”, y sin duda estaba en lo cierto. Cuanto más tiempo nos quedemos indignados y revolcándonos en lo que no és ni lo será, más crece la desilusión y con ello la rabia y el malestar.

¿Qué haces si vas caminando con pies descalzos y vez una ortiga que tiempo atrás te pincho? ¿La evitas? ¿o te paras encima a pisotearla? La respuesta es obvia, ¿verdad?

Con esta misma obviedad tenemos que aprender a tratar con la desilusión. Aceptar es estar dispuestos a dejar de mirar una y otra vez lo que hubiese podido ser y no fue. No es fácil, no sale de manera natural, es una decisión que tenemos que tomar… Entonces, cada vez que nuestra mente se nos va a aquel escenario irreal, debemos traerla a la realidad con amorosidad, sin castigarnos.

Aceptar no es resignarse, estar de acuerdo ni menos aún someterse. Aceptar es tomar nota de lo que es y dejar de negarlo o pretender cambiarlo.​

Además, “aceptar” pone en nuestras manos una bendita posibilidad “renunciar para re-enunciar”. Es decir, abandonar un ideal y comenzar a hacer algo con lo real, a tejer con los hilos de la verdad una manta posible con la cual cobijarnos. Cuanto mejor es hacer algo con lo posible hoy, que quedar llorando eternamente una ilusión, engullidos en la frase “qué hubiese sido si…”.

Nunca sabemos a qué le estamos diciendo que no cuando quedamos varados por largo tiempo en lo mismo. Insistir en un desamor puede estar obstaculizando un amor, cuando se trata de una persona. Así como quedarnos anclados en una situación ideal nos imposibilita arremangarnos y dar lo mejor de sí para hacer de una situación que no nos gusta tanto, algo que de a poco se vaya acercando a una buena versión actual de lo que alguna vez estuvo en nuestra cabeza.

Reconocer la vida como una sucesión de regocijos y desilusiones, nos alivia. Es ahí cuando podemos aceptar que la vida es desprolija, que no es su función cuidar nuestra sensibilidad ni cumplir nuestros deseos aunque fuesen los más sinceros​.

La vida a veces lastima, otras nos hace cosquillas y muchas veces más nos da la oportunidad de aprender de cada una de nuestras experiencias.

transitar la desilusión

Aprender de la desilusión es afinar cada vez más la puntería, es afilar la herramienta del “discernimiento” para poder discriminar qué es producto de nuestra imaginación y expectativas y qué forma parte de una constatación real de la que podemos dar fe.

Aprender de la desilusión es ser capaz de proyectar cada vez menos lo propio y poder ver con más objetividad a los demás y a cada cosa que nos rodea y que existe por sí misma, sin la intención de “jodernos la vida” como a veces tendemos a pensar cuando decimos que “¡no tenemos suerte!”.

No necesitamos más estrellas, necesitamos desarrollar más consciencia para dejar de estrellarnos una y otra vez con lo mismo. Aprender a ser cautos y a desarrollar una sana prudencia para ejercer un autocuidado consciente de los encantamientos de nuestra mente.

Así como aprendemos a reconocer una ortiga que nos ha pinchado tiempo atrás, así debemos aprender a reconocer una ilusión que ya nos ha defraudo. Quizás tantas ilusiones falsas nos sirvan para poder reconocer que con lo real es con lo único que podemos hacer.

Ilusionarse es maravilloso cuando seguimos avanzando y le quitamos el velo a esa quimera para hacer algo bueno y concreto con los recursos que disponemos en un momento dado. Quizás no sea fiel reflejo de la idea perfecta imaginada, pero “madurar” es amar lo posible y hacerlo crecer.

Lo bueno de una desilusión es que uno puede volver a ilusionarse, ¡es gratis y no se gasta! Somos nosotros quienes quedamos en banca rota si decidimos no esperar nada más de nosotros, de los demás y de la vida en general. Pero este mecanismo de ilusión /desilusión no puede seguir una línea horizontal, tiene que disponerse en una línea vertical en donde cada nueva ilusión nos encuentre con una mente más despejada y ajustada a la realidad para hacer de esa ilusión un proyecto de algo posible y real. Mientras vamos evolucionando cometeremos torpezas cientos de veces, somos humanos falibles, no debemos condenarnos pero sí debemos esperar de nosotros evolucionar nuestra consciencia cuanto más nos sea posible. Y si a pesar de nuestros esfuerzos, los vicios de nuestra mente nos siguen jugando una mala pasada, pedir ayuda es el acto más inteligente para dejar de engañarnos.

Solicitar Consulta

También te puede interesar:

  • La osadía, recurso indispensable para transitar la vida.
  • La importancia de las decisiones en la vida.
  • La importancia de la flexibilidad para ser felices.
Suscribirse
Anterior
Expatriarse ¿Y ahora qué?
Siguiente
El valor de sostener lo que se emprende
 Volver al sitio
Cancelar
Todos los artículos
×

Ya está casi listo...

Te enviamos un correo. ¡Por favor haz clic en el enlace del correo para confirmar tu suscripción!

Aceptar