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La verdadera conquista femenina

Por Corina Valdano

20 de septiembre de 2018

La revolución de lo femenino

La sociedad está cambiando y la mente está evolucionando a pasos agigantados. Lo femenino es parte central de esta revolución, sin embargo ciertos mandatos aún siguen resonando y generando intensa fricción. Estamos viviendo momentos de transición en donde cada quien está buscando su lugar y aún nadie termina de encontrar aquel que le quede cómodo y le siente bien a su consciencia, a su ética y a su vaivén de contradicciones internas.

Estamos viviendo momentos de transición en donde cada quien está buscando su lugar y aún nadie termina de encontrar aquel que le quede cómodo y le siente bien a su consciencia, a su ética y a su vaivén de contradicciones internas.

Las mujeres ya no somos las que éramos pero todavía no sabemos muy bien quienes queremos ser.

Queremos ganar lugar en el mundo laboral y no queremos soltar el control del hogar, no nos permitimos faltar pero nos odiamos si nos perdemos un acto escolar, queremos estar espléndidas y las ojeras delatan nuestra auto-exigencia. Estamos acá y allá y en ningún lugar. Todo lo queremos abarcar, nada se nos puede escapar, queremos poder todo solas, "no damos más" y seguimos tirando de nosotras hasta dejarnos sin forma…

Pareciera que queremos demostrar no sé qué a quién, y salimos de casa con capa y espada como si fuésemos cada día a una batalla donde probar que somos fuertes y todopoderosas. Tantos años de sometimiento y subestimación parecieran buscar reparación en el cuerpo y el espíritu de cada mujer actual que busca inconscientemente compensar a todo el colectivo femenino que quedó atrás sin poder expresar todo su potencial, amordazada por prejuicios y mutiladas en su libertad. La intensidad de la fuerza femenina demuestra que es una lucha que no es solo nuestra y es muy digna.

De lo que no nos damos cuenta es que a veces ese ímpetu de tan intenso quema y vemos guerra donde no la hay.

Nos hemos pasado de combativas y nos hemos convertido en guerreras en todas las áreas de nuestra vida.​

No hay a quien ganarle, nada tenemos que demostrar, poder abrazar la vulnerabilidad y la sensibilidad sin por eso sentirnos débiles y no vistas es el paso siguiente que necesitamos dar.

Nos falta un largo camino que andar pero sin duda las batallas más difíciles se libran en el interior, donde los roles se entremezclan, los mandatos aun pesan y las exigencias nos quitan la respiración. Poder estar en pareja sin convertirnos en sombra, poder vivir la soledad sin sentirnos solas, querer no tener hijos y poder decirlo sin justificar la decisión, sentirnos buenas madres aunque no estemos full time, no sentirnos egoístas por ponernos en primer lugar, dejar de sentir culpa por insignificancias, aprender a amarnos con nuestros defectos, aceptar el paso del tiempo, soltar el pasado. También necesitamos saber dejar atrás y perdonar para abandonar las viejas etiquetas de sufridoras, víctimas y mártires que nos llevan a llorar y a sufrir de más...

Hemos conquistado libertad pero nos hemos vuelto presas de nuestras propias exigencias. Es tiempo de amigarnos con lo que no podemos, con lo que queda por fuera, con lo posible, con lo imperfecto, con el adentro, con el afuera. Es tiempo de hacer las paces con ese pajarito interno que nos marca el error, que nos señala la falta, que nos demanda más, que nos pretende máquinas, que no nos deja descalzar y desplomarnos a hacer nada, que nos recuerda el reloj biológico, los kilos de más, los de menos, lo que falta, lo que sobra, lo caído, lo chueco, lo torcido, lo vacío.

Hemos conquistado libertad pero nos hemos vuelto presas de nuestras propias exigencias.​

¡Esa es la conquista que no toca! Poder sentirnos valiosas sin tener que sumar puntos y tildar cumplidos, merecer sin tener que antes padecer, vernos bellas sin ser perfectas, sentirnos útiles y meritorias, sentirnos amadas sin ser necesitadas, vernos y dejar de buscar ser vistas, amarnos antes de pretender que nos amen, darnos a nosotras mismas lo que tanto demandamos, saber pedir y dejar de esperar, saber dar sin vaciarnos, saber decir que no sin culpabilizarnos, abandonar la queja inútil y el eterno inconformismo. Dejar de reivindicarnos y apreciarnos por nosotras mismas.

Necesitamos comprender que podemos merecer sin antes padecer, vernos bellas sin ser perfectas, sentirnos amadas sin ser necesitadas, vernos a nosotras mismas en lugar de enojarnos por no ser vistas, saber dar sin vaciarnos, saber decir que no sin culpabilizarnos.

Necesitamos integrar las energías femeninas y masculinas, para trascender la dualidad que nos mantiene polarizadas. Recién ahí la actividad cederá lugar a la pasividad, la fortaleza se abrasará con la sensibilidad, la fuerza no se confundirá con rudeza y omnipotencia, la determinación no se liará con soberbia, la agresividad no se disfrazará de sinceridad, y el ir al frente no tendrá que ver con atacar.

Es tiempo de bajar las armas, de dejar de ver enemigos y batallas

Somos suficiente y con eso basta, no por ser mujeres, sino por ser simplemente humanas. Es tiempo de bajar las armas, ya logramos ser vistas y escuchadas… ningún proceso es de la noche a la mañana, es momento de transición, de calma, de descanso, de dejar de ver enemigos y batallas, pues todos queremos lo mismo aunque elijamos caminos distintos. Y mientras va aconteciendo lo sembrado, es mucho el trabajo que podemos ir haciendo al interior de nosotras mismas, allí anida en potencial la verdadera conquista femenina que cambia para siempre la mentalidad gota a gota del enorme océano social… Seamos libres ante todo de nosotras mismas y abrámosle la jaula a ese pajarito interno que nos taladra para que se eche a volar y nos deje disfrutar de la vida, sin tener que tildar para relajar, desfallecer para merecer o agotarnos para descansar. Aprender a ejercer un auto-cuidado amoroso y consciente, saber decir que no a lo que nos daña, sostener lo que nos hace bien sin excusarnos, priorizarnos sin violentarnos y dejar de postergando es una conquista que nos debemos a nosotras mismas. No vendría nada mal calzar una cinta o pañuelo blanco que nos recuerde cada vez que la vemos el buen trato que merecemos darnos a nosotros mismas desde nosotras mismas y "entre" nosotras mismas.

Ese es un derecho que nos debemos y está a nuestro alcance. No necesita votación, requiere la firme determinación de apreciarnos, amarnos y cuidarnos día tras día y durante toda la vida.