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¿Es bueno tener expectativas en nuestra vida?

Por Corina Valdano

3 de octubre de 2019

Esperar a que algo ocurra...

Tener expectativas es tener esperanzas de que algo ocurra. Las expectativas nos animan a mirar hacia adelante con entusiasmo y nos proveen del impulso para conseguir aquello que deseamos. Sin embargo, cuando esas expectativas son demasiado elevadas nos llevan a exigirnos demasiado y a no disfrutar del camino por estar siempre poniendo el foco en lo que nos falta o nos gustaría conseguir para sentirnos a gusto con nosotros mismos.

¿Cuándo tener expectativas nos activa y cuándo nos daña?

Recuerdo que cuando era niña, mi papá llegaba a casa y siempre tenía algún emprendimiento bajo la manga. Llegaba frotándose las manos para compartir alguna idea que le daba vueltas en la cabeza. Se le notaba el brillo en su mirada y del entusiasmo se salía de la vaina. Con esa intensidad yo lo vivía siendo una niña. Me alucinaba ver a mi papá con ese frenesí de lo que podría llegar a venir. Recuerdo estar hamacándome en el parque de mi pueblo pensando colores y formas para el logo de una empresa, aguardando con ilusión las portadas de revistas que él difundía, imaginaba el impacto que tendría en nuestra familia si "la pegaba" con lo que lo ilusionaba, me sentía partícipe de cada una de sus ocurrentes e ingeniosas ideas.

Más allá de que sus expectativas acontecieran o no en la realidad, disfrutaba y me contagiaba de la energía y de la vibración entusiasta que irradiaba mi papá.

Más allá de que sus expectativas acontecieran o no en la realidad, disfrutaba y me contagiaba de la energía y de la vibración entusiasta que irradiaba mi papá.​

Relato esta anécdota porque me parece la mejor manera de diferenciar cuando una expectativa nos alienta a vivir y cuándo nos frustra y nos ancla en la desilusión de lo podría haber sido y finalmente no aconteció. Yo recuerdo que de lo que más disfrutaba era de esa "previa", de la ilusión en sí misma, sin apegarme al resultado, en ese momento más por inocencia que por sabiduría. Por supuesto yo era una niña, no se qué sentía mi padre cuando sus expectativas se frustraban, pero en mí quedo impresa esa alegría y ese entusiasmo como la mayor recompensa en sí misma de lo que podría o no llegar a ser un resultado de algo previo planificado.

Cuando tener expectativas nutre nuestra vida

Tener expectativas, ilusiones, proyectos y esperanzas de lo bueno por venir es saludable cuando esa energía nos alienta a vivir el día a día, lo cotidiano, con entusiasmo y ansias de superación. Por el contrario, cuando la ansiedad de que nuestras expectativas se concreten nos alejan de valorar el tiempo presente y nos mantiene detenidos en la insatisfacción, es entonces, que son contraproducentes y disminuyen nuestra calidad de vida. Pues la tendencia será subestimar nuestro contexto actual e idealizar lo que nos falta o desearíamos que sea distinto. Nos vuelve personas inconformistas que nunca encuentran su silla.

Es natural generar expectativas, todos tenemos un ideal de cómo queremos que sea nuestra vida y esperamos y deseamos con ansias que se nos cumplan. Pero ansias no es lo mismo que ansiedad y esa palabra denota una gran diferencia. Cuando era pequeña yo vivía con ansias las expectativas de mi papá al ver frotar sus manos con felicidad y disfrutaba de imaginar diferentes escenarios y esas expectativas lejos de alejarme de la realidad, me hacían vivir con más intensidad cada momento. Era como beber de a sorbitos lo que podría llegar a acontecer, disfrutando inocentemente de cada paso o relato que construíamos en familia con ilusión.

La diferencia entre esa mirada infantil y la de un adulto es que, en la medida en que vamos creciendo y dejándonos atrapar por la vorágine cultural de lo inmediato, el afán del resultado nos genera más ansiedad que buen ánimo y nos centraliza en la carencia y en la insuficiencia ¡Pareciera que nunca nada nos alcanza para sentirnos completos!

En la medida en que vamos creciendo y dejándonos atrapar por la vorágine cultural de lo inmediato, el afán del resultado nos genera más ansiedad que buen ánimo y nos centraliza en la carencia y en la insuficiencia ¡Pareciera que nunca nada nos alcanza para sentirnos completos!

Lo mismo sucede si las expectativas son demasiadas elevadas. Es entonces que nos juegan una mala pasada desde la sobre-exigencia que nos ponemos por alcanzarlas. Las altas expectativas pueden esconder un perfeccionismo extremo y una rigidez de que todo salga tal como queremos, volviéndonos inflexibles y no dando lugar a que otras posibilidades igual de interesantes pero distintas, acontezcan.

Con los pies en el suelo y la mirada en el cielo...

Al momento de ponernos expectativas no debemos perder contacto con la realidad. Necesitamos tener bien en claro ciertas cuestiones que son fundamentales:

  • Tomar nota de nuestro punto de partida.
  • Hacer un inventario de los recursos de los que disponemos para alcanzar lo que deseamos.
  • Tener una mente abierta para contemplar los ajustes que puedan ser necesarios hacer en el camino de concretar nuestras ideas.
  • y por sobretodo, lo más importante: ponderar si los esfuerzos que estamos dispuestos a hacer se corresponden con lo que pretendemos conseguir más adelante.

La falta de coherencia entre lo que deseamos para nuestro futuro y las decisiones que tomamos a diario es lo que más nos frustra y nos aleja de los ideales que pretendemos alcanzar. Desacelerar la marcha y preguntarnos ante cada elección que tomamos si ese pequeño paso es o no congruente con la planificación que habita en nuestra mente, es mantenernos alineados y en estado de serenidad. Ya que muchas veces, lo que más nos quita el sueño no es no alcanzar lo que deseamos sino el saber “no sabido” que nuestro inconsciente “sí sabe” que lo que hacemos en lo cotidiano está desalineado con lo que proyectamos.

Gozar de la tranquilidad de ir en la dirección deseada, descomprime la ansiedad de lo que pueda o no llegar a pasar. Se aprende a disfrutar el camino cuando somos congruentes con nosotros mismos. La inquietud y la insatisfacción tienen más que ver más con la fricción interna que sentimos cuando estamos bifurcados entre lo que deseamos que suceda y lo que hacemos para que eso acontezca que con los resultados inmediatos.

La inquietud y la insatisfacción tienen más que ver más con la fricción interna que sentimos cuando estamos bifurcados entre lo que deseamos que suceda y lo que hacemos para que eso acontezca que con los resultados inmediatos.

Cuando nuestras elecciones se corresponden con nuestros valores y decisiones de vida y no tanto con la variabilidad de nuestras ganas momentáneas, nos sentimos contentos con nosotros mismos. Contento etimológicamente deriva de la palabra “contenido”, así es… si le damos calidad de contenido a nuestras elecciones diarias y esas elecciones nos acercan a nuestras expectativas venideras, entramos en congruencia y ya nada nos apura ni nos desalienta.

Aprender a confiar en el proceso de la vida, aceptar que los tiempos a veces no son los que quisiéramos que sean y a pesar de eso, tener la certeza de que nuestros esfuerzos están puestos en la dirección anhelada, nos permite transitar nuestra existencia con más calma y sintiéndonos a gusto con quienes estamos siendo día tras día. Pues nuestras expectativas han de estar puestas en nuestra propia evolución y superación, eso siempre nos acerca al mejor estado: una mente disciplinada y confiada en que los resultados devendrán de una energía bien enfocada.

Los resultados visibles se desprenden como frutas maduras de un proceso de superación no tangible pero muy poderoso: la congruencia entre lo deseado y lo que hacemos al respecto, en cada pequeña decisión que tomamos. Esto incluye:

  • ¿Cómo administramos nuestro tiempo? 
  • ¿A qué le dedicamos más energía? 
  • ¿A qué le decimos que sí cuando decimos que no a algo que nos regala una satisfacción a muy corto plazo? 
  • ¿A qué le estamos diciendo que no cuando no entrenamos nuestra voluntad hoy?

Cuando nuestras expectativas están puestas en entrenar las características de personalidad que nos acercan a lo que queremos lograr, la satisfacción está garantizada, porque se concrete o no el resultado esperado, nos encontrará evolucionados y crecidos y con la suficiente madurez emocional como para flexibilizar lo rígido, re-plantear los objetivos, renovar las ilusiones tras una frustración y con un nivel de consciencia que comprenda que la impermanencia es la ley de toda existencia, que nada se mantiene por siempre en el mismo lugar, ni nuestras expectativas ni los resultados alcanzados. Es que definitivamente el patrimonio más importante que se adquiere cuando aprendemos a jugar el juego de las expectativas proyectadas es la sabiduría que vamos adquiriendo mientras vamos tras los logros que queremos alcanzar. En ese ínterin nos aprendemos a conocer, a reconocer nuestras posibilidades y potencialidades, nos disponemos a trabajar nuestras limitaciones, a limar nuestras asperezas y torpezas y a afinar nuestro carácter para que resulte más armonioso.

En ese intento de darle al blanco a lo que queremos nos vamos perfeccionando como seres humanos, expandiendo nuestra consciencia y acercándonos a la mejor versión de sí.​

Entonces... ¿Es bueno o no tener expectativas?

Si nos ayudan a ir contentos y contentas por la vida y a llegar silbando a casa como lo veía silbar a mi papá cada vez que llegaba ilusionado con cada nueva iniciativa que tenía ¡claro que sí!

Las expectativas nos sirven para avanzar en la vida y no quedarnos aletargados siempre en el mismo lugar. Son una excusa para seguir andando mientras vamos haciendo camino al andar, como decía el Nano Serrat, y para evolucionar lo más primitivo de nosotros mismos en cada nueva ilusión de superación.