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Todos somos adictos

Por Corina Valdano

20 de abril de 2019

No hay quien no tenga una adicción

Solemos pensar la adicción como ligada a ciertas sustancias como el alcohol, la marihuana y la cocaína. Miramos desde arriba y hasta con cierta lástima a las personas que no pueden dejar de consumir lo que finalmente les termina costando la familia, el trabajo, la vida…

Fuera de toda duda, es esta la adicción más cruel y dura. Sin embargo, sépanlo no es la única.

Quizás les sorprenda saber que todos, definitivamente todos (y sino que se anime a levantar la mano por lo contrario) somos adictos, incluso a lo menos pensado.

Las adicciones evidentes y las que no lo son tanto…

Para comprender esta manera más amplia de entender la adicción, tenemos que hacer una división en lo que llamamos adicciones secas y no secas. Estos dos tipos de adicciones no se manifiestan igual pero activan la misma dinámica cerebral:

  • Las adicciones no secas:

Son aquellas adicciones a sustancias concretas como el alcohol, el éxtasis, la marihuana, la ketamina, ciertos medicamentos y estimulantes y una larga lista, lamentablemente, cada vez más interminable.

Se les llama no secas porque la persona que consume “sabe” y puede contabilizar lo que consume o deja de consumir (dos botellas de alcohol, diez gramos de cocaína, tres cigarros).

  • Las adicciones secas:

Son aquellas en las que todos, sino la mayoría de nosotros, estamos de alguna manera involucrados. Aquí se incluye la adicción a las personas, la adicción al contacto de los padres a los hijos, al trabajo, al control, a las redes sociales, a ciertos hábitos perniciosos como quejarnos o preocuparnos, a comportamientos exagerados como la necesidad de ayudar, de opinar, de querer tener razón, hasta la actividad física, las harinas, el chocolate, la desidia o la postergación.

Se les llama adicciones secas porque la persona que la padece no puede contabilizar o saber con precisión en qué momento exacto comenzó esa adicción, no se puede medir por ejemplo la necesidad de apego, un hábito malsano, una exageración insana.

Ser adicto es ser esclavo

Para poder comprender porque llamo adicción a lo que quizás otras personas podrían subestimar o restarle importancia, llamándoles solo “hábitos o comportamientos”, tengo que recurrir a la magia de la etimología de las palabras.

La palabra a-dicción, los psicoanalistas suelen asociarla a “lo no dicho”. Entonces aquellas personas que no pueden poner en palabras lo que les pasa, lo actúan consumiendo determinadas sustancias. Sin embargo, hay otra acepción de la palabra “adicción” que es más precisa y aún más peligrosa. Adicto nace de “adictus”, lo cual significa: “entregado a…” y deriva de cuestiones jurídicas. Cuando en la antigua Roma alguien dejaba de ser esclavo y regresaba a su vida “normal”, no tenía bienes propios disponibles, y era entonces que sin demasiada consciencia de las consecuencias comenzaba a comprar lo que no podía pagar, a apostar, a participar en competencias y quedaba así esclavo otra vez pero ahora de sus deudas sin saldar. Es decir que la palabra adicto está asociada a “quedar cautivo”, “a ser esclavo de”, a “quedar entregado a una situación determinada”, sin lograr zafarse de esas circunstancias.

Con este significado de la palabra adicción, podemos decir que todos somos adictos porque estamos “atados” a algo que no podemos dejar de hacer. Todo aquello sobre lo que hemos perdido poder de decisión es una adicción. Hay algo dentro nuestro más primitivo que nos empuja a hacerlo: no podemos dejar de enviar ese mensaje, de trabajar, de comer, de enojarnos, de preocuparnos, de buscarlo, de ir al gimnasio.

A veces somos adictos y no lo sabemos porque hemos naturalizado determinados comportamientos o bien, sus consecuencias no son tan graves a corto plazo, ¡pero sí que las tiene aunque no tengamos demasiada consciencia de ellas! Por ejemplo: una persona adicta a otra persona puede llegar a hacer cualquier cosa, una persona adicta a la queja puede quedarse cada vez más sola, una persona adicta al enojo puede dañar su salud cardíaca, una persona adicta al trabajo puede perder a su familia y una persona adicta a las harinas puede desarrollar una obesidad mórbida o dañar su cerebro por exceso de gluten.

¿Cómo funciona la adicción?

La adicción va generando un acostumbramiento a determinados estados químicos en el cuerpo. La diferencia entre una adicción seca y una no seca, es que en la adicción no seca el adicto se vuelve dependiente de una sustancia externa que “necesita” consumir para sentir determinadas sensaciones en su cuerpo o generar un estado cerebral del que no puede abstenerse. En cambio, en las adicciones secas, la persona necesita que haya en sangre determinados niveles de neurotransmisores. Entonces, la persona que siempre se enoja, “necesita” encontrar motivos para cabrearse y así elevar la noradrenalina, la adrenalina y el cortisol en sangre. Sustancias químicas de las que se volvió adicta con el paso del tiempo y repitiendo el mismo comportamiento.

La adicción en el cerebro

  • En la adicción a sustancias...

El cerebro como órgano se daña. Más consumo, más el cerebro se parece a una especie de queso gruyere con agujeros que van carcomiendo gran parte del razonamiento y ya no es posible pensar bien. El daño en estos casos es funcional y orgánico. Como consecuencia pueden devenir alteraciones muy graves como: una depresión profunda, paranoia, agresión marcada, esquizofrenia, etc., etc.

¿Y la marihuana? ¡¡La marihuana también!! Quienes necesiten negar o subestimar sus efectos sobre el cerebro para seguir consumiendo tranquilos sus porritos, sepan que no hay debate y no es una una opinión personal, es lo que dice la ciencia y aquí no hay grises que cuentan. No juzgo, a quienes decidan fumar pero sepan que la marihuana sí daña el cerebro… y genera adicción. Como dijo alguna vez Charly García: “el primero te lo regalo, el segundo te lo vendo”

Hay quienes dicen: “pero es más sana la marihuana que el cigarrillo común, de hecho tiene menos químicos y porquerías”. Puede que sí, puede que no, pero esa no es la cuestión…

El tabaco altera la salud de los pulmones y la marihuana trastorna la salud de la cabeza. La principal causa de internación por psicosis es por consumo de marihuana. Porrito más, porrito menos… “daña el cerebro” y altera sus funciones. A quienes les interese tener su cerebro intacto y en perfectas condiciones para decidir su vida con lucidez y ser consecuentes, sépanlo: la marihuana no ayuda a este propósito. ¡¡Pero si relaja!! Sí, exacto… relaja tanto… que finalmente va deteriorando la virtud de la voluntad, la constancia de sostener lo que se empieza, la capacidad de determinación, la habilidad de la disciplina y la tenacidad. Insisto, no es “opinión” es “ciencia” hecha y derecha y punto. Quienes decidan fumar marihuana, es bueno que sean conscientes de sus consecuencias y no nieguen la realidad para restarle trascendencia. Cada quien es responsable del lugar que le da al cerebro como principal comando de su nuestro cuerpo. La forma que al fin y al cabo adquiere nuestra vida es de acuerdo a las decisiones que tomamos y no es lo mismo decidir con un cerebro intoxicado o dañado que con uno limpio, íntegro y bien cuidado.

Cada quien es responsable del lugar que le da al cerebro como principal comando de todo su cuerpo. La forma que al fin y al cabo adquiere nuestra vida es de acuerdo a las decisiones que tomamos y no es lo mismo decidir con un cerebro intoxicado o dañado que con uno limpio, íntegro y bien cuidado.

La buena noticia es que nuestro cerebro, a pesar del destrato que muchos le dan, es milagroso y nos da una oportunidad más si sabemos aprovecharla. Esta posibilidad se llama: neurogénesis (generar neuronas). Si se deja de consumir de manera “absoluta”, y el cerebro queda limpio hasta sacar brillo, con el tiempo las neuronas vecinas a las dañadas pueden adquirir las funciones de aquellas cuyo daño fue irreversible. ¿Por qué? Porque las neuronas llamadas “vecinas” siempre guardan un backup, una especie de copia de seguridad por si se llegará a necesitar. Pero cuando el abuso de sustancia fue demasiado sostenido en el tiempo y en exceso… no hay reserva que alcance. Ocuparse de recuperar la salud del cerebro a tiempo, puede marcar un antes y un después. O la diferencia entre la vida y la muerte. De cada quien depende.

  • En las adicciones secas...

no se daña el órgano como tal pero sí se alteran las circuitos neuronales. Es decir, las conexiones entre las neuronas se vuelven rígidas y repetitivas ¿Qué quiere decir esto? Que las neuronas repiten siempre el mismo circuito: “Cada vez que…, entonces”: “Cada vez que me siento triste, abro la heladera.” “Cada vez que me siento sola, lo llamo.” “Cada vez que paro de trabajar, siento ansiedad y vuelvo a trabajar para aliviar esa tensión.” “Cada vez que algo no sale como quiero, me enojo”. “Cada vez que alguien opina distinto, busco tener razón”. “Cada vez que se demora, me preocupo y pienso lo peor”.

¿Por dónde comenzar a desintoxicarnos de lo que nos daña?

Cuando no podemos “dejar de…”, el primer paso es dejar de justificarnos, negarlo y reconocer con honestidad que somos esclavos de determinadas tendencias que nos hacen mal, dañan nuestros vínculos o nos resta calidad de vida.

El segundo paso es pedir ayuda, cuando somos adictos es muy difícil enderezar lo torcido solo poniendo voluntad. Es preciso hacer un trabajo más hondo y una re-estructuración cerebral que nos des-intoxique de los hábitos que nos dañan. Es necesario re-generar los circuitos neuronales que han quedado fuera de circulación y “abrir nuevos senderos” en nuestro cerebro. En ese sentido los psicólogos somos biólogos y químicos, ayudando a las personas a generar nuevas conexiones a partir de nuevos comportamientos que llevan a emociones distintas que, como consecuencia, generan estados químicos renovados en el cuerpo. Una persona que aprende a tomarse las cosas de manera distinta, va des-intoxicando su cuerpo de los neurotransmisores asociados a determinados hábitos. De esta manera, le cuesta cada vez menos caer en los lugares de siempre porque fue diseñando en su cerebro caminos alternos. “Cada vez que me siento sola…medito, llamo a una amiga, salgo a dar un paseo, miro una película” (llamarlo a “él” o a “ella” ya no es la única opción).

Un cerebro que ingiere sustancia o “no puede dejar de” comportarse de determinada manera, pierde libertad. Volvernos esclavos de algo, de cualquier cosa que sea, nos quita libertad y capacidad de decisión en nuestra vida. Si queremos ser libres tenemos la responsabilidad de re-educar a nuestro cerebro con determinación, fuerza de voluntad y amorosidad. Reconociéndolo como el comando más importante de nuestro cuerpo. Un cerebro no limpio, un cerebro enviciado, un cerebro rígido no nos conduce a ningún buen lugar. Honrarlo, cuidarlo y no exponerlo a daños o a que lo dañen los demás, es el mejor favor que nos podemos hacer si queremos vivir una vida saludable. Y no solo cuidarlo de lo negativo, también regarlo de lo positivo y sembrar semillas que lo vuelvan cada vez más vigoroso, lozano, beneficioso y provechoso.

Un cerebro sano, piensa bien, pensar bien nos ayuda a tomar decisiones lúcidas, tomar decisiones lúcidas, es elegir lo mejor para sí y elegir lo mejor para sí es tener una vida provechosa y feliz.

La próxima vez que tomes, que fumes, que aspires, que te inyectes o que repitas lo de siempre… hace una pausa, una milésima de segundo puede marcar la diferencia entre seguir así o dar el primer paso en una dirección diferente que te conduzca a lugares más dignos, meritorios y que te hagan sentir orgulloso u orgullosa de tu valentía para honrar tu vida y torcer la dirección que siempre hace que te des contra el mismo tapial de frente.

Todos somos adictos, y todos podemos dejar de serlo si trabajamos sobre nosotros mismos con real compromiso, firmeza y sólida entereza.