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Apatía: "Cuando todo da lo mismo"

Por Corina Valdano

1 de noviembre de 2019

Nada me entusiasma...

¿Quién no ha pasado alguna vez por un sentimiento de desgano, de apatía o de desmotivación?

A veces la apatía se presenta en momentos puntuales (los famosos domingos por la tarde) o bien por períodos más prolongados de tiempo…

  • A nivel físico, se siente como si el cuerpo pesará más, como si fuéramos a contraviento en bicicleta y cada pedaleada nos costase una enormidad de energía vital. 
  • A nivel cognitivo, pareciera que todo nos da lo mismo. 
  • Y a nivel emocional, nada nos conmueve ni tiene el poder de entusiasmarnos lo suficiente.

A veces nos cuesta diferenciar cuando la apatía es una problemática por tratar y cuando en verdad es un estado de quietud con el cual nos cuesta lidiar porque estamos familiarizados con estados demasiado elevados de actividad. Es como si nuestro cuerpo estuviera adicto a niveles elevados de adrenalina, noradrenalina y cortisol y nos sentimos extraños cuando no estamos sumergidos en la vorágine del estrés en el que estamos acostumbrados a funcionar.

Así, como un péndulo vamos del extremo de la actividad a la pasividad, del entusiasmo agitado a la mononotonía del desgano. A veces ese péndulo se mueve entre semana, otras veces acontece durante un cambio de etapa vital o bien cuando la vida nos obliga a bajar unos cuantos decibeles…

¿Cuándo la apatía es un problema y cuando es un estado momentáneo con el que tenemos que aprender a convivir porque los altos y bajos forman parte de la vida?

Aunque la cultura nos incite a estar siempre arriba, en medio de la escena, con algún proyecto bajo el brazo y a galope de nuestras desmedidas exigencias, no siempre esa es buena referencia de una vida saludable y feliz. A veces, detenerse a afilar la sierra o guardarse un tiempo en la cueva es la mejor opción para seguir con fuerzas y con más consciencia.

La indiferencia y la apatía es un problema cuando se mantiene en el tiempo.

La palabra “pathos” deriva de la palabra sentimientos. Es decir, que cuando estamos apáticos no experimentamos demasiados sentimientos o vivenciamos una especie de aplanamiento de ellos tal como si estuviesen en una meseta, donde la chatura es la regla. Por el contrario, cuando sentimos “empatía” los sentimientos se viven con tal intensidad que nos llevan a actuar y a movilizarnos por quienes la están pasando mal.

Cuando hay desinterés, nada nos interesa. Del mismo modo, cuando hay indiferencia, no hay nada que marque una diferencia en lo que sentimos que es más de lo mismo.

Si esta actitud ante la vida se mantiene y la naturalizamos casi como una forma de posicionarnos, es bueno arremangarnos y actuar en consecuencia para que no nos pasemos la vida con la cabeza gacha y desperdiciando nuestro valioso tiempo esperando que “algo” mágico se active dentro nuestro y nos llene de vitalidad.

Como un circulo vicioso, esa actitud aletargada se refuerza a sí misma si nada distinto es ejercido desde nosotros mismos.

Es nuestra responsabilidad saber diferenciar qué es qué en este desánimo generalizado que se siente como tan pesado de soportar y donde el sinsentido se apodera de nuestra cotidianeidad. No siempre todo es emocional ni estrés como solemos pensar. Aquí la psicología se da la mano con la medicina para abordar esta problemática que puede tener una base neurológica o fisiológica bien concreta a tratar.

Es nuestra responsabilidad saber diferenciar qué es qué en este desánimo generalizado que se siente como tan pesado de soportar y donde el sinsentido se apodera de nuestra cotidianeidad.

Cuando lo que nos falta es "nafta"

Puede suceder que más que una depresión existencial tengamos tan bajos los niveles de dopamina, serotonina, adrenalina y noradrenalina que por más voluntad que pongamos nos falta la “nafta” anímica para levantarnos. Otros factores importantes que considerar son los problemas de tiroides, los niveles hormonales, la mala alimentación, la anemia, ciertas demencias, la automedicación y el uso de la marihuana como uno de los principales depresores de la voluntad. A veces estas problemáticas o la falta de nutrientes hacen que las emociones “entren en huelga” y tengamos la sensación de que no nos corre sangre por las venas.

A veces las emociones están de huelga y tenemos la sensación de que no nos corre sangre por las venas.

La depresión, la apatía se sienten como un pozo en el piso desde donde nos cuesta salir por nosotros mismos. Saber pedir ayuda es inteligente cuando nos damos cuenta de que nos cuesta más de la cuenta o que ese estado que apareció de manera aislada se esta naturalizando y nos estamos acostumbrando a vivir a menos cero o a media maquina.

Para que no haya apatía la serotonina debe estar en un rango de entre 50 y 200 ml en sangre. Por debajo de ese nivel es muy difícil estar de buen ánimo, no sentir ansiedad, preocupación o irritación. Descartar estas variables es lo primero que necesitamos hacer para no pasarnos años en terapia sintiendo que nada dentro cambia. A veces la solución se encuentra en lo simple y lo que necesitamos es ajustar ciertos hábitos imprescindibles para un buen vivir.

¿Qué viene a decirnos nuestro desgano?

Si las causas orgánicas están descartadas o a pesar de tratarlas se mantienen las mismas problemáticas, entonces la apatía y la indiferencia vienen a decirnos algo acerca de cómo nos estamos conduciendo en la vida. Quizás sea un aviso de nuestro inconsciente que nos dice que estamos viviendo una vida equivocada, con las personas no deseadas, en el trabajo errado, hasta en el país desacertado. Como si el uso que estamos haciendo de nuestra energía de vida estuviese apagando el buen ánimo de nuestro espíritu. Entonces se nos hace muy difícil encontrar una motivación, “un motivo para pasar a la acción”, puesto que solo repetimos en piloto automático más y más de lo mismo sin ningún condimento distinto que le ponga más sabor a nuestra existencia divina.

A veces la apatía viene a decirnos que hay un pendiente del cual hacernos cargo y nunca nos ocupamos, como por ejemplo un duelo rezagado que quedo debajo de una vida demasiado ajetreada y cuando tuvo ocasión se filtro como la humedad para que podamos tratarlo.

La apatía viene a hablarnos de algo que tenemos que mirar de frente. A nivel funcional, nos baja la energía para que no sigamos yendo tan rápido al punto de escaparnos de eso que nos pasa, que nos duele o nos da pereza cambiar… A veces somos indiferentes a la vida construida así tal como está y necesitamos hacer o des-hacer algo que marque una diferencia, allí donde da todo igual. Quizás necesitamos descomprimir lo comprimido o desplegar lo plegado para que algo se active y nos pongamos en vía.

¿De dónde proviene la Apatía Emocional?

A veces la apatía es consecuencia de no estar cumpliendo nuestro destino, entendiendo por destino aquello que construimos en lo cotidiano y que nos hace sentir auto-realizados.

Por ejemplo, cuando al lado nuestro hay otra persona que todo lo resuelve, nos empobrece ¿por qué? Porque lo que nos motiva está lejos de ser la comodidad, lo que nos motiva ¡es el logro! es sentirnos personas capaces, florecientes y empoderadas.

Otras veces la apatía proviene de una balada que nos cantamos al oído y que dice algo así como: “este mundo es una porquería”, “¿por qué a mi?, “¿por qué justo nacer en esta familia?”, “yo no pertenezco a este lugar” … Cuando esta canción suena en nuestros oídos somos como un globo pinchado por donde se fuga nuestra energía vital. En lugar de hacer algo interesante por nosotros o por mejorar lo que vemos y no nos gusta, nos sumergimos en un sentimiento inútil de indignación que ni siquiera llega a ser una frustración suficiente como para que el enojo, nos lleve a la acción útil y constructiva.

Cuando el globo sigue pinchado es porque la atención está puesta en lo que no funciona en lugar de estar puesta en lo que sí está puesto en marcha. La apatía se filtra allí donde el activismo y la esperanza cedió lugar. Por eso el mejor antídoto de la apatía es la acción provechosa para uno mismo y para los demás.

¿Qué hacer después de que miramos lo que nos costaba ver? ¿Qué hacer si esa energía vital pareciera no volver y seguimos viviendo a media máquina?

La respuesta me trae a la memoria la historia del motor de arranque de los autos de hace más de cien años atrás… pues era darle manija hasta que encienda el motor, tarea que no debe haber sido para nada fácil, requería fuerza, paciencia y arremangue. Lo mismo demanda de nuestra parte girar la tendencia a la inercia de la apatía y de la indiferencia. Hay un dicho que dice: “¡rascar es cuestión de empezar!”. Lo mismo vale para ponernos en marcha con algo que en principio nos cuesta una enormidad pero que luego nos reconforta haberlo hecho.

Entonces para trascender la apatía tenemos que actuar como si no la tuviésemos. Necesitamos girar la manija del cuerpo y de la mente para que el desanimo se torne en ánimo y el abatimiento en pasión por lo hecho. Necesitamos mirarnos en el espejo y preguntarle a esa persona de ojitos pálidos: ¿Si tuvieses ganas o energías qué harías? Y cuando la respuesta asoma, ¡hacerlo! Antes de que se abalancen un cumulo de excusas y argumentos para seguir en la misma, ponte en campaña para comenzar con eso que miras desde lejos porque nunca es el momento, porque no te dan ganas o porque la eterna postergación siempre te gana.

Cuando comenzamos a activar aquello que desestimamos, la suma de esos pequeños actos va torciendo la balanza de la apatía al interés.

Cuando comenzamos a activar aquello que desestimamos, la suma de esos pequeños esfuerzos va torciendo la balanza de la apatía al interés. Lo comenzado dan ganas de continuarlo, ya sea un libro, una manualidad, un escrito, una pintura, un proyecto o incluso lo más nimio o pequeño que haga girar la aguja de la iniciativa y de la emoción.

Por ejemplo, si nos sumamos a un grupo, comenzamos a encontrar allí un lugar de referencia, si comenzamos algo bello, nos dan ganas de terminarlo. Este sentido de continuidad va haciendo que nos den ganas de levantarnos. Entonces dónde había indiferencia ahora empieza a haber algo que marca una diferencia, por más pequeña que sea. Ese cambio de actitud a partir de la puesta en acto va activando las neurohormonas del placer y el círculo comienza a girar hacia el otro lado. El motor se enciende y uno siente que la puesta en marcha es cada vez más fácil porque lo que estaba oxidado se va aceitando. Con cada nueva pedaleada que damos sentimos que avanzamos y el desánimo va quedando atrás. Y puede que cada tanto vuelva… pero ya sabemos cómo hacer girar la manija o que debemos evitar hacer para no caer en la banquina. Por ejemplo, algo que debemos evitar ante la apatía es aislarnos. El aislamiento refuerza la indiferencia, por eso cuídate de decir siempre que no a una invitación, incluso si te gusta la soledad… aprende a tender un puente que vaya y venga entre vos y la gente, no levantes muros ni paredes.

La Voluntad como heroína

Allí donde no hay ganas, instaura la VOLUNTAD. Las ganas no son muy importantes para las cosas más importantes de la vida. Las ganas cuentan cuando, desde el esfuerzo y la disciplina, construimos una vida que nos gusta. Advienen a posterior de que la voluntad abrió camino como quien con una pala hace una zancada en tierra firme para que el agua circule con naturalidad y fluidez. Entonces el logro, el propósito, el sentido mueven lo que estaba inerte. Y este mensaje es sobretodo para las nuevas generaciones en dónde el concepto “ganas” está mal barajado de entrada: “si tengo ganas lo hago, sino no”. Con las ganas lamento decir que nadie ha llegado demasiado lejos. Las ganas son tan volátiles, etéreas e inestables que no son guías fiables para llegar donde queremos llegar. No conozco a nadie que se haya recibido porque se muera de ganas de estudiar, ni a una madre que se levante a amamantar porque no tenga ganas de seguir durmiendo, tampoco supe de nadie que todos los días se levante con las mismas ganas y energías para trabajar por más que esté ejerciendo la vocación de su vida.

Las ganas no son muy importantes para las cosas más importantes de la vida. Las ganas cuentan cuando, desde el esfuerzo y la disciplina, construimos una vida que nos gusta.

Rara vez uno se levanta con ganas de hacer cosas que no dan ganas de hacer, al menos eso le sucede al común de los mortales. Sin embargo, ¡cuanta satisfacción se siente cuando sin ganas uno hace lo que sabe que es bueno para sí! Uno vuelve de correr más erguido, de estudiar con la frente en alto, de hacer lo que parecía tan difícil, empoderado y orgulloso/a de uno mismo/a. Es entonces cuando la próxima vez no cuesta tanto esfuerzo hacer lo que cuesta... porque la experiencia de logro es una sensación más elevada que la recompensa de quedarse en el sillón de casa sin hacer nada que suponga una superación personal.

Por eso, lo recomendable para no quedarse anclado en la apatía es hacer lo que no dan ganas generando un lindo ambiente, poniendo música y buena onda para luego gozar de los efectos que esos esfuerzos traen como premio a nuestro esmero por salir adelante.

Un reconocido psicólogo precursor de la Psicología Transpersonal, dijo alguna vez:

“Actúe como si ya tuviera esa virtud y verá cuanto más fácil es desarrollarla”, William James.

Es haciendo cuando algo de lo interno se empieza a poner de pie. Y es cuando vemos sus efectos que nos dan ganas de hacerlo, y si aun así no nos dan ganas lo hacemos igual porque la sensación que le sigue nos deja un lindo “sabor de si”.

¡Haz que suceda!

Quienes están involucrados con la vida tienen un lema que mantiene encendida su alma:

“HAZ QUE SUCEDA”. Si hay cosas que ves y no te gustan, aporta tu parte, ejerce valores allí donde crees que no los hay, esparce tus semillas, aunque no veas los frutos, el solo hecho de pensarte nutriendo te saca del sinsentido. Como dice un proverbio Zen: just do it! 

Frase que, por cierto, ha sido popularizada por una conocida marca deportiva… que también invita a ponerse las zapatillas y levantarnos de las incómodas sillas de la queja, de la pasividad, del letargo y de la abulia que nos mantienen apagados/as ante la belleza de sentirnos vivos, el tiempo que sea que dure esta experiencia humana, en este cuerpo, en este tiempo, en este mundo… con sus luces y con sus sombras. Procura poner luz allí donde allá desidia u oscuridad y la apatía y la indiferencia de a poco se desvanecerán.