Volver al sitio

Nada en exceso. Aprender a afinar nuestra personalidad

Por Corina Valdano

25 de diciembre de 2018

Nada en exceso. Aprender a afinar nuestra personalidad

Hoy quiero hablarles de los excesos y desequilibrios de nuestra personalidad. De aquellos rasgos que nos traen problemas y nos cuesta mucho cambiar. De aquellas características nuestras que nos esclavizan y nos quitan libertad.

Sin lugar a dudas, todos ansiamos sentirnos libres. La libertad es un derecho fundamental que defendemos a capa y espada cuando la sentimos amenazada por factores externos. Sin embargo, hay una libertad de la que no solemos hablar. Aquella en la que nosotros mismos somos esclavos y carcelarios.

¿Acaso nunca se han preguntado de qué son esclavos de sí mismos?

Hay una esclavitud que es silenciosa y no necesita ni rejas ni esposas. Es la esclavitud de nuestros propios rasgos neuróticos y por ende, problemáticos.

¿Qué es un rasgo neurótico?

Un rasgo neurótico es aquello que ejercemos en exceso o aquello de lo cual carecemos. Características que nos son propias y que ejecutadas de manera desmedidas o demasiado reducidas no traen dificultades en la relación con los demás y en el vínculo que establecemos con nosotros mismos.

De esta prisión nadie se escapa pues los barrotes son las voces de nuestra mente que nos siguen donde quiera que vayamos… Estas voces se apoderan de nuestra conciencia y nos incitan a repetir una y otra vez lo que ya nos prometimos mil veces no volver a hacer: “déjalo para mañana”, “llámalo ahora”, “seguí comiendo”, “insistí”, “no te expongas”, “trabaja duro”, “no pares”, “seguí durmiendo”, “no podes solo”, “tenes motivos para enojarte”, “tenes razones para tener miedos”, “no te relajes”, “no disfrutes hasta que no esté todo listo”. Estas son algunas de las tantas voces que pueden resonar en nuestra cabeza.

Como autómatas obedecemos a estos cantos de sirena y perdemos la libertad de ejercer nuestra decisión desde la plena consciencia… porque sin duda quien no puede dejar de llamar, quien no puede dejar de insistir, dejar de comer, dejar de postergar, de trabajar, de revolcarse en la pereza, de enojarse, de temer, de exigirse… no está decidiendo, por el contrario, está siendo sometido por sus impulsos desmedidos que han tomado total dominio de la situación.

No es el rasgo en sí mismo aquello que nos perjudica, es el modo en que lo ejercemos lo que nos complica.

Así por ejemplo, una persona que tiende a ayudar a los demás es una persona bondadosa y solidaria pero si se excede en la ayuda que ofrece puede llegar a ser invasiva de la vida ajena, puede dañar su salud por estar siempre dispuesta y no saber decir que no. De la misma manera, una persona disciplinada puede volverse excesivamente rígida, una persona flexible puede volverse sin forma, una persona trabajadora puede descuidar otras áreas de su vida si “solo” es eso lo que prioriza. Y destaco la palabra “solo” porque es la expresión que marca un desequilibrio. Mucho de algo nos enferma y hasta nos puede matar…

De esta manera lo que comenzó siendo inofensivo o incluso siendo una virtud, se transforma en perjudicial si cobra demasiada fuerza en nuestra vida y si se ejerce en estado de inconsciencia total.

Qué importante será moderar los rasgos de nuestra personalidad, que los sabios de la antigua Grecia, dejaron grabadas dos frases que son recetas para una vida saludable. En las paredes del templo de Apolo puede leerse “Conócete a ti mismo” y “Nada en exceso”.

La única manera de trabajar nuestros rasgos excesivos es comenzar a auto-obervarnos para conocernos y reconocer en que hemos perdido total dominio. Quien no puede dejar de hacer algo o quien no puede comenzar a hacer eso mismo, está preso de sus automatismo, cediendo su poder a los vicios de su personalidad.

¿Cuándo nos damos cuenta que estamos siendo prisioneros de nosotros mismos?

La respuesta es una: cuando hay dolor. Dolor por postergar, dolor por comer de más, dolor por esperar de más, por depender de más, por amar de más, por no poder disfrutar, por no poder parar, por no poder ponerse en pista cuando uno reconocer que “mordió banquina”.

La llave para salir de esta encrucijada, tal como les decía más arriba es la auto-observación. Ejercer sobre nosotros mismos una mirada absolutamente honesta para reconocer en que hemos perdido control. Evitando caer en la auto-justificación, en la subestimación de las consecuencias de seguir por el mismo camino y en los cientos de argumentos e historias que nos contamos para no abandonar los hábitos que nos dañan o no hacer los cambios necesarios para equilibrar lo viciado.

A la auto-observación le sigue la determinación, es decir, la firme decisión de hacer algo al respecto.​

Darnos cuenta de algo y no hacer nada con ello no nos aporta nada, o peor aún nos llena de culpa e impotencia. Quien no puede solo, no tiene excusas, puede pedir ayuda. Llevará más o menos tiempo, pero todo absolutamente todos nuestros rasgos de personalidad pueden ser trabajados cual arcilla en nuestras manos.

Quienes se justifican diciendo “Yo soy así”, esconden algunas de las siguientes razones: pereza de trabajar sobre sí, miedo a darse cuenta de que puede llegar a ser mucho más que sus limitaciones de siempre o privación de lo bueno para sí sostenida desde una sensación de falta de merecimiento… Como consecuencia, pudiendo volar más alto o vivir mejor, estas personas se cortan las alas y reniegan toda la vida por las mismas cosas, arrepintiéndose de lo que no pudieron controlar o culpando a la vida por los resultados obtenidos cuando en realidad es falta de dominio personal para gestionar con inteligencia emocional la propia existencia.

¿Qué hacer para recuperar dominio?

Es muy difícil equilibrar un exceso sin cortar por lo sano. “Hacer menos de…” cuesta mucho más que “abstenerse de”. Necesitamos desintoxicarnos de aquellos rasgos o tendencias que enviciaron nuestra mente y tomaron el mando con una soberbia descomunal.

Esta es la etapa más difícil. Aquí es donde toca redoblar la fuerza de voluntad y sostener el navío con determinación a pesar de los cantos de sirena que rondan en la cabeza. Decir que sí a lo que antes no y decir que no a lo que antes sí, es la fórmula que va restableciendo el equilibrio perdido. Es como volver de diez a cero para después ir hasta cinco. Nuestro cerebro necesita destejerse para volver a ser tejido con los mismos hilos pero con punto distinto. No es un trabajo fácil, pero más difícil es seguir lidiando toda la vida con lo mismo.

La tenacidad para resistir la tentación de caer otra vez en más de lo mismo o bien la voluntad para ejercer aquello que más nos cuesta, se ve enormemente recompensada cuando vamos experimentando la más grata sensación que puede sentir un ser humano: sentirse dueño de sí. Cuando vamos conquistando territorios de nuestra personalidad que estaban sometidos a una especie de anarquía colosal, ganamos dominio y seguridad personal.

La sensación de “gobernar” nuestra personalidad nos empodera y pone cada cosa en su lugar. Pues la personalidad ha de estar a nuestro servicio y no nosotros sometidos a ella.​

La personalidad es como una valija de herramientas, algunas de las cuales tienen que ser afiladas, otras renovadas o sustituidas por otras distintas. No hacer esta especie de re-actualización nos lleva a oxidarnos, a quedarnos varados cuando la vida nos exige renovación para seguir avanzando. Siguiendo con la metáfora, no podemos seguir dándole con el martillo si lo que necesitamos es aflojar un tornillo. Y si solo usamos el martillo veremos clavos en todos lados. Es decir, una persona que solo sabe enojarse y que no puede dejar de enojarse por cualquier cosa, verá agresión y ataque miré donde miré porque necesita ejercer el vicio de la ira, que la domina. Hasta la química de su cuerpo se corresponde con su comportamiento. Sus niveles de catecolaminas en sangre están muy por encima de lo que estarían en una persona tranquila. Lo mismo una persona que en lugar de serenarse, necesita activarse. Su cuerpo al principio no acompaña, es por eso que “hacer lo que uno siente o tiene ganas” cuando se está en plan de cambiar, “no aplica” sino que agrava el problema y lo intensifica.

Ser dueños de sí supone afinar nuestro instrumento llamado personalidad, aflojar lo tenso y tensar lo flojo para que al sonar resulte un sonido armonioso. Quien no trabaja su personalidad para que juegue a su favor, corre el riesgo de irse de este mundo sin tocar su canción.

Toda persona que pretenda evolucionar no puede dejar de auto-observarse en el medio de su vida cotidiana, en el medio de la acción, con aquellos vínculos más desafiantes y en su relación consigo misma. En el medio del baile, es ahí donde uno tiene que preguntarse:

Por un lado:

¿Qué estoy ejerciendo en exceso? ¿Qué hago de más? ¿Qué rasgo de mi personalidad no estoy pudiendo dominar? ¿Qué característica mía está cabalgando como caballo sin jinete?

Por el otro:

¿De qué estoy careciendo? ¿Qué hago de menos? ¿Qué rasgo de mi personalidad necesito desarrollar para ser una persona más enriquecida y completa?

Y para las dos, la misma pregunta:

¿Qué consecuencias me trae este exceso o esta falta? ¿Problemas de relación? ¿aislamiento? ¿limitaciones para avanzar? ¿dificultad para sentirme en paz? ¿postergación de mi realización personal?

Cuando las consecuencias de seguir así nos complica la vida, el único acto de inteligencia es proponerse cambiar, cueste lo que cueste, lleve el esfuerzo que lleve.

Trabajar sobre sí nos vuelve la vida más fácil aunque al principio nos dé pereza o temor dejar de ser “aquello que decimos que somos”.

Mi consejo es: tomen en sus manos su arcilla y empiecen a amasar lo que necesita ser moldeado. No existe más íntima gratificación que hacer de nosotros la mejor escultura que podemos llegar a ser en un momento dado. ¿Te animas? ¿Tienes el valor de regalarte tu mejor versión?

Decirnos ¡Basta! muchas veces es lo que nos salva… de una vida de resignación, empobrecida, limitada, empequeñecida, demolida o sin sabor. Decirnos ¡basta! es la puerta de entrada a la dignidad y al empoderamiento personal que nos lleva a sentirnos orgullosos de nosotros mismos y a superarnos día tras día.

Es bueno que te preguntes con regularidad... ¿En qué me estoy excediendo? ¿De que carezco? ¿Qué rasgos necesito suavizar o entrenar para afinar mi personalidad? Y, si ser tu propio "luthier" te está costando, pedir ayuda es la primera acción inteligente que puedes ejercer.