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Las raíces del sufrimiento ¿Cómo vivir con más liviandad?

Por Corina Valdano

8 de julio de 2019

¿Por qué sufrimos de más?

Si a algo le escapamos les seres humanos es a la sensación de incertidumbre que nos atraviesa todo el tiempo aunque pretendamos negarlo. Quisiéramos congelar momentos cuando el tiempo es bello y huir despavoridos cuando de malas rachas se trata. Sin embargo, es nuestra ignorancia la que nos hace pensar que podemos disponer de la bola mágica que nos garantice por dónde ir y por donde no.

Caer en la vana ilusión de que todo permanecerá en el mismo lugar, es la peor mentira que nos podemos contar. La única Ley Universal es la Impermanencia de todo lo que hay y nos rodea, desde lo material hasta los afectos humanos, todo está en permanente movimiento y cambio.

La Psicología Budista nos habla de las tres raíces insanas de la mente humana, que nos conducen, sin excepción, a la decepción y a la desilusión, es decir a la causa del sufrimiento humano que podríamos evitar si conociéramos la realidad tal cual es, nos guste o no.

¿Cuáles son esas tres raíces insanas de la que nos habla esta tradición oriental?

El budismo las nombra como “The Three Poisons” (Los Tres Venenos) que nos mantienen en el sufrimiento.

1- El Apego

Hace referencia a aferrarnos a lo bueno tal como un mono que acaba de robarse una banana, la aprieta con sus dedos hasta dejarla morada. Así nosotros nos apegamos a lo todo lo bueno que nos puede estar pasando, ya sea una etapa en la vida, un instante que al poco tiempo termina, una relación afectiva, un estado de salud vital, un cuerpo esbelto y bonito que no esté expuesto al paso del tiempo, hasta posesiones que desearíamos mantener intactas y tener la certeza de que siempre estarán, entre tantas otras cosas que nos gustaría que duraran toda la vida.

Me gustaría aclarar que lo contrario no es el “desapego” que roza la indiferencia y se confunde en su traducción con cierta “apatía” o falta de compromiso ante lo que deseamos o quisiéramos alcanzar.

La sabía actitud es el “no apego” a lo que es y puede dejar de ser, considerando que nada es para siempre en un mundo en donde lo único permanente es la certeza del constante cambio y el de la transformación. El “no apego” es contar con la posibilidad de que eso que tanto quiero, podría dejar de estar, sin desesperar ni negar esa probabilidad como absolutamente cierta.

El “no apego” es contar con la posibilidad de que eso que tanto quiero, podría dejar de estar, sin desesperar ni negar esa probabilidad como absolutamente cierta.​ El no apego no es indiferencia ni no compromiso con la realidad.

2- La Aversión o el Rechazo

Esta es la segunda raíz que nos sujeta al sufrimiento. Sería lo contrario a lo anterior. En este caso, deseamos huir de todo aquello que nos genera malestar, incomodidad, fastidio, disgusto o rechazo. Nos escabullimos como niños como si pudiésemos irnos lejos de lo que en verdad va a nuestro encuentro sin que lo podamos evitar. Pensar que en la vida son siempre buenos momentos es una ilusión que se desvanece, apenas miramos alrededor y dentro nuestro. Del mismo modo que el profundo dolor pasa y no perdura por siempre si no nos aferramos e identificamos con él.

Sin embargo, en lo cotidiano queremos hacer lo contrario: huir del dolor, del paso del tiempo, de una decepción afectiva, de la muerte, de la separación, de las personas que no nos gustan tratando de enderezarlas para que se ajusten a nuestros estándares. Y finalmente, agotados y extenuados, al fin y al cabo comprobamos que muchas cuestiones contra las cuales luchamos, siguen estando y suceden, nos guste o no.

De este modo nos las pasamos corriendo de un lado al otro. Desesperados nos precipitamos hacia lo que deseamos y huimos despavoridos de lo que detestamos…

¿Qué es lo que nos mantiene atrapados en esta rueda hámster que no para de girar si no ponemos un “stop” y nos detenemos a observar la realidad acerca de cómo las cosas son?

3- La Ignorancia

Esta es la tercera causa del sufrimiento y la más importante porque es la que sostiene e impulsa a las dos anteriores: al apego y a la aversión.

La ignorancia es la falta de sabiduría para captar la esencia de la verdad de todo lo que existe. Es la errónea suposición de que los fenómenos que nos rodean son de una manera mucho más concreta de lo que realmente lo son. Esta ignorancia es la que nos lleva a ignorar la esencia de la Impermanencia de todo lo que es.

Tanto lo bueno como lo malo concluye tarde o temprano. Esta es una buena noticia para todas aquellas personas que ahora mismo están pasando por un momento complicado y una no tan buena para aquellas otras que se sienten como pez en el agua zambulléndose en una buena etapa.

Lejos que quedarnos a esperar las “épocas malas” esta consciencia nos ayuda a vivir intensamente cada momento reconociendo que el presente es un regalo de la vida que nos fue otorgado.

La ignorancia es la erronea suposición de que los fenómenos que nos rodean son de una manera mucho más concreta de lo que realmente son. Nos lleva a desconocer la esencia de la Impermanencia de todo lo que es.

La filosofía budista nos invita a “abrir los ojos” y a sacarnos las vendas para poder vivir con plena consciencia y con intensidad cada momento que nos toca atravesar. Cuando naturalizamos que todo será tal como lo planeamos, que lo que juzgamos como bueno siempre seguirá estando, que viviremos eternamente porque negamos la muerte, caemos en vivir en piloto automático, se nos pasa por alto el agradecer y damos por sentado que nuestro cuerpo estará siempre al pie del cañón listo para responder. Lo mismo en relación a los que amamos, pensamos que mañana nuestros seres queridos estarán allí para darles el abrazo que hoy se nos pasó por alto por andar demasiados apurados o por simple vergüenza o pudor.

La vida es momento a momento. Todo termina y vuelve a comenzar, así como la noche da lugar al día, el invierno a la primavera, una forma de ser da lugar a otra forma de ser y de pensar. Aunque a veces tengamos la fantasía de que la impermanencia no nos afecta a nosotros, porque nuestra rutina pareciera no moverse demasiado de lugar y nuestro nombre propio se mantiene igual… nuestro cuerpo, nuestra manera de reflexionar, de sentir, de recordar, de resignificar, de resentir, varía día tras día. Solo que no nos anoticiamos de ello porque en ocasiones la soberbia y la ignorancia humana es mayor que la humildad de reconocer que somos apenas una gota en un inmenso e interminable océano, vulnerables a las leyes Universales que a todos nos afectan. Nos creemos ajenos a la ley de la transitoriedad, hasta que nos miramos al espejo y el paso del tiempo nos recuerda que los cambios externos se suceden del mismo modo que los internos y todo lo que acontece a nuestro alrededor.

Desde la omnipotencia humana a veces hasta llegamos a pensar que la luna puede afectar a las mareas pero no a nuestro cuerpo que está compuesto de un 70 % de agua.

La vida es momento a momento. Todo termina y vuelve a comenzar, así como la noche da lugar al día, el invierno a la primavera, una forma de ser da lugar a otra forma de ser y de pensar. Nos creemos ajenos a la ley de la transitoriedad, hasta que nos miramos al espejo y el paso del tiempo nos recuerda que los cambios externos se suceden del mismo modo que los internos y todo lo que acontece a nuestro alrededor.

Lo que resistes persiste

Ante todo aquello que no sabemos cómo manejar y se nos va de las manos, solemos luchar, enojarnos, resistir y eso nos desgasta una enormidad. La sabiduría de vivir consiste en aceptar lo que es para luego recién reconocer qué es lo mejor que podemos hacer con las circunstancias que nos tocan atravesar. No tenemos el absoluto control, menos aún somos todopoderosos, ni nada en absoluto depende de nosotros. El equilibrio está en el punto medio.

Saber avanzar, pausar, detenernos, acelerar, reconociendo primero el contexto, mirando a nuestro alrededor y discerniendo por dónde sí y por dónde no. No porque allá caminos correctos y caminos errados, hay solo caminos para ser andados. Lo que vuelve a un camino, un camino con buena dirección es la conciencia que tengamos en cada decisión que tomamos. Porque a veces nos sorprende que tal o cual cosa nos sucede y esos resultados, en verdad, son consecuencia de la poca consciencia que teníamos al momento de decidir sobre nuestra vida. Tanto en lo grande como en lo pequeño vamos sembrando semillas que tarde o temprano romperán la tierra con fuerza para hacer su aparición.

Evitar el sufrimiento es dejar de luchar con lo que es y no puede dejar de ser. No es lo que acontece lo que más nos hiere sino nuestra resistencia a que eso sea como sea. Y detrás una profunda creencia: “las cosas deberían ser así y no de otra manera”. Esa rigidez para vivir nos mantiene corriendo como hámster hacia el deseo y eludiendo lo que no queremos con un exceso de hostilidad que nos agota y debilita una enormidad.

Vivir con sabiduría es reconocer esas tres raíces del sufrimiento, aceptarlas sin resistencia ni querer cambiarlas y quitarnos el velo de la ignorancia que nos mantiene atrapados en la creencia de que nada cambiará, de que el dolor nunca pasará y que los estados de felicidad perdurarán tal cual están aconteciendo.

¿El secreto? Estar despiertos y aprender a fluir con la vida haciendo los movimientos correctos en cada momento, en un constante ir y venir entre lo que está a nuestro alcance y lo que escapa a nuestro limitado, y no por eso menos importante, dominio personal sobre lo que sí podemos influir e intervenir.