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La importancia de las decisiones en la vida

Por Corina Valdano

2 de diciembre de 2018

La importancia de decidir

Nuestra vida es la historia de las decisiones que hemos tomado día tras día, desde la más pequeña e insignificante hasta la más transcendente y reveladora. Así como nuestro futuro, no dependerá del azar sino de las decisiones que por acción u omisión estemos tomando hoy.

De decidir nadie se escapa, ya que cuando nos quedamos instalados en la indecisión o en la evitación por miedo a equivocarnos, estamos eligiendo permanecer en el mismo lugar. Quedarnos con una vocación sin ejercer, en un trabajo que no nos da placer, con una pareja que ya no amamos, con un sueño sin cumplir, con un proyecto sin concretar, con las ganas de… es también una decisión tomada.

Decidir la propia vida tiene una importancia radical, con cada elección que ejercemos nos vamos dando forma y nos vamos abriendo camino, entre un campo infinito de posibilidades.

Como un escultor que de un trozo de madera virgen va descubriendo una silueta, cuando decide tallar de allí y lijar de allá, está decidiendo que figura va a resultar de ese trabajo artesanal que será resultado de la suma de decisiones que tome cada vez que intervenga conscientemente la madera de una manera y no de otra. Evitar decidir sería algo así como quedarnos mirando el trozo de madera y no hacer nada provechoso con ella.

Una vida no decidida de manera consciente y activa no tiene forma, queda en una promesa de lo que hubiese sido si… me hubiese animado, hubiese terminado, hubiese empezado o dado aquel paso. No hace falta ser un gran escultor, aún la figura más imperfecta es más valiosa que le perfecta nunca hecha.

Carl Gustav Jung, dijo alguna vez:

“...realicen su vida de la mejor manera que puedan, incluso si está fundada en el error, pues la vida debe ser consumida, y a menudo se alcanza la verdad a través del error”.

No decidir es como ser un trozo de madera virgen toda la vida, es como llegar aquí con un manojo de millones y millones de opciones y no explotar ninguna. Por evitar el error

o por miedo al fracaso nos quedamos varados y con una vida entre las manos lista para vivir, pero no vivida.

Darnos permiso para equivocarnos

Tenemos que saber que cualquier acto de decisión va ligado a la posibilidad del error.

Sin embargo, cuando nos negamos la posibilidad de fracaso, paradójicamente, renunciamos a la posibilidad de éxito, pues no asumimos el riesgo de salir a su encuentro. La suma de indecisiones no solo nos priva de vivir la vida que nos fue dada para usar, sino que también comenzamos a ver nuestra existencia como si fuera una ficción titulada que hubiese sido de mi vida si…” , pasamos de ser protagonistas a ser espectadores de la propia existencia o de la de otros. Porque hay quienes desde el sillón de su casa se la pasan observando qué deciden los demás, sintiéndose frustrados al reconocer que todos avanzan y uno se ha quedado en el mismo lugar, con los mismos miedos, los mismos “peros”, las mismas limitaciones y postergaciones de siempre.

Cuando estamos bloqueados sin saber qué hacer, la mejor decisión es decidirnos por algo.

A veces pensamos que hay buenas o malas decisiones, cuando en realidad, solo se tratan de experiencias y caminos transitados. Si esperamos a tener todo garantizado antes de dar cualquier paso, se nos puede pasar la vida entera especulando al respecto. Querer tener certeza o pensar que una sola de las miles de puertas nos conduce a una vida de felicidad es una mentira que nos contamos para no tallar nuestra madera, por miedo a arruinarla o por pereza.

En la vida hay infinitas puertas y si la que abrimos no nos conduce en la dirección deseada, puedo salir por la próxima y seguir andando hasta abrir otra. Cuando nos quedamos encallados en la vacilación imaginamos que los escenarios futuros a los que no nos animamos pueden resultar terribles. Sin embargo, nunca nada es tan terrible como lo pensamos y si así lo fuese, podemos sacarnos de allí, con el adicional ganado de la experiencia y el aprendizaje cosechado. Es decir, si tomamos una decisión y no sale como esperábamos podemos volver a decidir ¿lo sabían?

La capacidad de decidir no se gasta ni se agota y se va perfeccionando con el tiempo a medida que la vamos ejerciendo.​

Nos convertimos, con la sabiduría que nos da la experiencia, en mejores electores de la propia vida. Y fíjense que palabra interesante ser buenos e-lectores, es tener la capacidad de leer la realidad y actuar en consecuencia. Por eso decidir, siempre es bueno si uno ha pasado primero por la espera inteligente, que no debe confundirse con la vacilación eterna. Decidir nos entrena para afilar la cuchilla del discernimiento y tomar cada vez decisiones más certeras. Por eso es importante adoptar decisiones activamente, aunque sea comenzar con cosas pequeñas, para fortalecer el hábito, perder el miedo e incrementar la auto-confianza. Porque si algo vamos perdiendo cada vez que postergamos una decisión, es la autoestima y la seguridad de hacernos cargo de nuestra vida.

El proceso de decidir supone hacer un “corte” en el proceso de evaluación de diferentes posibilidades y comenzar a desmenuzar y a analizar cada una de las opciones. Iniciar este proceso y dejarlo inconcluso, equivale a dejarnos divididos por dentro. Cuando finalmente tomamos una decisión, cualquiera sea, nos sentimos aliviados, completos y enteros ¿por qué? porque cuando nos decidimos, nos “des-escindimos”, dejamos de sentirnos divididos entre esto o aquello. A la vez, liberamos una energía que estaba siendo invertida en analizar y examinar cada una de las posibilidades, por eso nos sentimos más ligeros y con más dinamismo para pasar a la acción.

Exponernos voluntariamente a desafíos que supongan ejercer el talento de decidir, va haciendo que hagamos de nuestro paso por la vida, una vida provechosa.

Una vida fructífera es aquella que ha dado frutos, cuales quieran sean, y no se ha quedado en semilla. Entrenarnos a nosotros mismos para la frustración y el error nos ayuda a desdramatizar las consecuencias de cada decisión. Decidir supone equivocarnos, errar, tachar, volver a dar trazos. Sin embargo, es mucho mejor una vida desprolija que una vida no vivida.

Cuando te sientas tironeado por la indecisión sin poder avanzar, es bueno que sepas que decidir es un acto de liberación.

¿Cómo mejorar nuestra habilidad para decidir?

  • Tomate un tiempo inteligente para reflexionar acerca de las diferentes posibilidades y luego avanza hacia la resolución.
  • No te dejes estar por mucho tiempo en la indecisión, puesto que la indecisión lleva a más indecisión, en una especie de círculo vicioso en el cual nos confundimos más en lugar de aclararnos.
  • Si te sentís bloqueado, la mejor decisión es decidir. Aun cuando no veas claro el escenario, ese primer paso y el siguiente pueden dar lugar a esclarecer lo sombrío e ir ajustando tus decisiones a medida que vas avanzando, la famosa canción así lo dice “se hace camino al andar…”
  • Cuando te decidas por algo, no vuelvas a mirar lo que quedó por fuera de esa elección. Focaliza tus energías en hacer crecer la opción elegida. A veces, lo que más cuesta de tomar una decisión, no es elegir por una de las posibilidades sino hacer el duelo por lo que queda sin elegir cuando decidimos por algo.
  • Renuncia al pensamiento mágico. El mejor momento nunca llegara ni tendrás una especie de revelación divina que no deje lugar a dudas respecto de qué camino tomar. Decidir supone riesgos y no asumir riesgos supone no vivir tu vida con intensidad.
  • Prepárate para el error y también para el acierto. A veces la indecisión es consecuencia del miedo al error y también del miedo a nuestros propios talentos. ¿Qué sucedería si esto que digo que tanto quiero se da? ¿Estoy dispuesto/a a hacerme cargo de los desafíos que supone crecer, lograr, avanzar, triunfar, ascender? ¿Cómo mi vida se vería transformada?

Te propongo que hagas una pausa y te preguntes: 

¿Con qué lucidez estoy decidiendo mi vida? ¿Cuánto en mi vida se va dando y cuánto voy decidiendo en estado de plena conciencia?

Si tenemos en cuenta que somos frutos de las decisiones que tomamos y de las que no, seremos mucho más responsables al momento de situarnos ante cada decisión.

Decidir es animarnos, y anima significa alma. Una vida elegida es una vida vivida en contacto directo con tu propia alma. Ahora que lo sabes… vos decidís qué tipo de vida queres vivir ¿una vida vivida desde el letargo o desde el ánimo de gozar del privilegio de tener en tus manos el don de decidir y re-decidir tu vida las veces que sean necesarias?