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Domesticar nuestra mente para una vida consciente

Por Corina Valdano

16 de julio de 2018

Cada persona percibe el mundo a su manera...

¿Cómo puede suceder que ante eventos similares una persona se ría, otra llore, mientras que una tercera permanezca completamente indiferente ante lo que acontece?

Esto se debe a que cada persona percibe el mundo desde sus propios filtros mentales y condicionamientos aprendidos a lo largo de toda su vida, a través de lo que le inculco su familia, la escuela y la sociedad en general. Así, la percepción que tengamos de la realidad será el resultado de una combinación entre lo aprendido y nuestro temperamento de base, que va dando forma a nuestro mundo interno.

De esta modo, la realidad que vemos y la respuesta que damos a esa realidad está basada en nuestro medio ambiente interno, en lo que se mueve dentro nuestro, no en los eventos externos en sí mismos, que son absolutamente “neutros”. El mundo que percibimos fuera es una proyección de nuestra mente, si tendemos a desvalorizarnos a nosotros mismos, veremos alrededor destrato, maltrato y humillación. Si pensamos que no se puede confiar en nadie, filtraremos todos los eventos externos que fomenten nuestra desconfianza. Nuestra realidad externa es un espejo nuestra realidad interna.

Quizás es tiempo de cambiar las lentes a través de las cuales miramos nuestra vida...

Así es que…. si lo que vemos no nos gusta, debemos cambiar las lentes a través de las cuales miramos el mundo. ¡Pero nos cuesta mucho aceptar lo que es! Muchas veces nos empeñamos en intentar cambiar el mundo fuera, lo que no está a nuestro alcance y pasamos por alto la importancia de hacer un profundo trabajo con nuestra mente para observar lo mismo diferente.

Pero…no tardaremos demasiado tiempo en darnos cuenta de que querer cambiar a los demás es misión imposible y un enorme desgaste de energía ¡Y es una suerte que sea así! Si es que apenas podemos con nosotros mismos! Si encima pretendemos hacernos cargo de cambiar a los demás ¡Colapsamos!

Lo saludable es cambiar la manera a través de la cual miramos el exterior, y esto podemos hacerlo si trabajamos en profundidad con nuestra mente, tratando de estabilizarla y de corregir las distorsiones que nos hace sufrir innecesariamente.

Si sabemos cómo funciona nuestra conciencia, podemos aprender a serenarla y estabilizarla. Sin embargo, a muchos nos ha faltado este tipo de enseñanza. No fue materia importante en las escuelas, tampoco nuestros padres pueden educarnos en lo que ellos no han sido enseñados. Recién ahora aparecen atisbos incipientes de educación emocional y esto es sin duda una buena noticia. Sin embargo, tenemos generaciones enteras de completa ceguera emocional.

A esta ceguera emocional podemos dividirla en tres grupos de personas:

  • Aquellas personas que están absolutamente dominadas por sus emociones y actúan sin pensar.
 
  • Otras, que invierten enorme cantidad de energía reprimiendo sus emociones porque temen consecuencias catastróficas si expresarán sus enojos, frustraciones y decepciones.
 
  • Y un tercer grupo, que con tal de no aceptar sus emociones como propias, las proyectan en otras personas y juzgan en los demás lo que en verdad les cuesta aceptar en sí mismos.

Cuando estamos obnubilados por estos vericuetos emocionales, olvidamos que las emociones y los sentimientos son excelentes mensajeros de nuestro mundo interno. El enojo, el miedo, la felicidad, la tristeza, la depresión así como los sentimientos de incomodidad e insatisfacción nos proveen de información acerca de la naturaleza cambiante de nuestro mundo interno y externo.

¿Cómo aprovechar nuestras emociones para nuestro proceso de crecimiento personal?

¿Cómo lograr que en lugar de arrebatarnos sean brújulas internas que nos orienten ante cada paso que damos?

  • Reconocer la emoción sin juzgarla:

Lo primero que debemos hacer cuando sentimos una emoción es reconocerlas y darle legitimidad sin juzgarla como buena o mala. Cuando ponemos nuestra atención en resistirlas o refutarlas, no disponemos de la capacidad de observación para auto-indagar en la naturaleza de nuestra consciencia, allí donde la emoción se despliega.

En cambio, cuando la atención no está secuestrada en pelear con lo que nos pasa o buscar tener razón, naturalmente se torna en auto-indagación. 

  • Autoindagar la emoción:

Lo segundo que debemos hacer luego de reconocer y legitimar lo que sentimos, es interrogarnos acerca de los que nos pasa y cómo nos pasa. Podemos entonces, reflexionar y preguntarnos ¿Esto que siento que dice acerca de mí y de mis vínculos? ¿Qué preciso trabajar? ¿Qué decisiones necesito tomar?

Pausar , es muy importante en el trabajo con nuestro mundo emocional. Propicia un estado que nos ayuda a reconocer, comprender y trabajar con nuestras emociones para luego movernos más allá de ellas y pasar a una acción congruente y consciente en lugar de responder automáticamente.

En las tradiciones de sabiduría oriental a esta actitud contemplativa se le llama atestiguar ,

y es el paso que conjuntamente hacemos al momento de auto-indagarnos, respecto de lo que nos pasa y cómo nos pasa.

La pregunta que puede surgir es ¿atestiguar qué? la respuesta es: todo aquello que acontece en nuestra mente, con una actitud ecuánime y amorosa.

Nuestra mente es como la corriente de un río sobre el que flotan y se desplazan infinidad de cosas. Si observamos su cauce, veremos pasar troncos, hojas, residuos. Del mismo modo, en el fluir constante de nuestra consciencia acontecen pensamientos, sentimiento, emociones y recuerdos que siguen su curso si solo los contemplamos, en lugar de querer atraparlos y quedarnos "rumiando" en ellos.

El trabajo con nuestra mente se parece mucho a la metáfora de un río en constante movimiento. Nuestra mente es como una corriente sobre la cual acontecen infinidad de contenidos permanentemente cambiantes y absolutamente transitorios. La mayoría de los seres humanos se sienten ahogados en esa marea mental, muchos nadan contracorriente, otros se dejan llevar, hay quienes se agarran de algún tronco, y quienes se van al fondo porque ya no tienen más fuerza para seguir braceando en medio de tanta agitación.

La persona que trabaja sobre sí misma, que comienza a indagar su mente y sus contenidos es aquella que nada hasta la orilla en lugar de seguir avanzando en la correntada. Y desde la costa atestigua y toma nota de todo lo que flota en la marea de su consciencia, sin apegarse a nada. Entiende que todo pasa, que nada permanece ni queda en el mismo lugar.

Esta posición distante facilita además, una perspectiva más extensa y amplia. Así, veremos que hay enojo pero también compasión, hay tristeza y también gratitud, hay insatisfacción y también contento. ¿Recuerdan el que se agarraba al tronco? Así actuamos cuando nos apegamos al enojo o cualquier otra emoción. Esa emoción que podría pasar si sigue su curso natural, sigue estando porque somos nosotros quienes nos agarramos y apegamos a este enfado. Así, en lugar de observarlo en nosotros, empezamos a encontrar argumentos que lo justifiquen, a sacar conclusiones, a ponerle aderezos de venganza, de irritabilidad y algún que otro recuerdo y asociación que lo ensalce. ¿Consecuencia? quedamos atrapados en él por más tiempo del necesario. Lo que entonces fue la causa de un dolor inevitable se transforma en un sufrimiento evitable cuando lo “inflamos” con diálogos internos incesantes y negativos.

Lo inteligente en cambio, es dejar que esa emoción siga su curso natural, de ascenso, cúspide y descenso. Toda emoción, pensamiento o contenido de mente tiene un momento de inicio, llega a su máxima intensidad y luego decae para dar lugar a lo próximo que viene. Todo lo que sentimos, pensamos y experimentamos es definitivamente cambiante. Si no cambia es porque nosotros obstruimos su recorrido y nos quedamos fijados en lo que sentimos o pensamos. Cuando eso sucede, nos identificamos (fijamos identidad) en el enojo, en la tristeza, en nuestra infancia, en la ansiedad de lo que vendrá y terminamos sufriendo demás.

Una mente sana es una mente serena. Una mente serena es una mente lúcida. Una mente lúcida se rebela en una acción correcta y la suma de acciones correctas dan como resultado una vida consciente, un vida de ética.​

Cuando desde esa total identificación actuamos poseídos por lo que sentimos o pensamos, las acciones terminan siendo exageradas, desmedidas y arrebatadas. Las consecuencias de actuar desde esa ceguera emocional y cognitiva nunca son buenas. Llegará a posterior el turno del arrepentimiento, de la culpa, de reparar el daño que hemos generado a otro ser humano y a nosotros mismos. Sumado además, al sabor amargo que sentimos por no habernos podido controlar.

El trabajo sobre sí nos permite ir instalando una brecha de tiempo y espacio entre la toma de consciencia de lo que sentimos y la decisión que tomamos al respecto de qué hacer con ello.​

En ese intervalo, le damos tiempo a la emoción para que se estabilice y podamos pensar cual es la acción más apropiada para cada circunstancia.

Atestiguar todo lo que nos pasa y sentimos tal cuál es, nos permite comprender. Esta comprensión nos trae un "insight" acerca de lo que necesitamos que suceda para que el cambio acontezca. Lo que da como resultado la percepción de la acción correcta.

Tenemos entonces dos opciones de comportamientos con destinos muy distintos:

1- Atestiguar lo que nos pasa como observadores a distancia:

Nos conduce…

- Al reconocimiento de lo que es, lo cual conduce…

- A una correcta comprensión, lo cual conduce…

- Un insight (un darse cuenta), lo cual conduce…

- A una correcta percepción, lo cual conduce…

- A una correcta acción.

2- La identificación (fijación) en lo que nos pasa:

Nos conduce…

- A la inhabilidad para reconocer "lo que es" porque estamos cegados por la emoción, lo cual conduce…

- Al dolor y la insatisfacción, lo cual conduce…

- A la desarmonía y el desequilibrio, lo cual conduce…

- A la acción incorrecta por no haber discernido ni pensado con lucidez.

Las vidas de dos personas serán muy distintas según tomen uno u otro sendero. Aquello que llamamos destino en verdad no lo es. Pues las manifestaciones en nuestras vidas sin lugar a dudas serán consecuencia directa del grado de consciencia con el que vayamos transitando. No es destino ni mala suerte terminar siempre en relaciones que nos hacen doler, no es destino ni mala suerte dejar siempre lo que empezamos, ni estar tristes indefinidamente, enfermarnos como siempre, no avanzar en el trabajo, no animarnos a lo que deseamos.

Cuando conocemos nuestros mecanismos internos, cuando logramos atestiguar lo que nos pasa y lo que sentimos, podemos entonces domesticar nuestra mente para que las tomas de decisiones y acciones que emerjan sean beneficiosas para nosotros y para quienes nos rodean.​

Una mente sana es una mente serena. Una mente serena es una mente lúcida. Una mente lúcida se rebela en una acción correcta y la suma de acciones correctas dan como resultado una vida consciente, un vida de ética.

Así que recuerden, ante la pregunta:

¿Cómo domesticar la mente para vivir una vida más conscientes?

1- Reconocer sin juzgar los que nos pasa.

2- Auto-indagar lo que nos pasa, "investigarlo".

3- Atestiguar sin apegarnos a eso que nos pasa.

4- Decidir una acción lúcida y consciente, fruto de este registro interior en serenidad.

Y lo más importante... practicar, practicar, practicar y hacer de esto un hábito cotidiano.