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Deja de ser quien eres

Por Corina Valdano

6 de septiembre de 2019

¿Es posible dejar de ser quien soy?

Cuantas veces nos proponemos con todas nuestras fuerzas “cambiar” y esta inspiración momentánea queda en apenas una promesa frustrada que nos llevan a desilusionarnos y a desmotivarnos respecto a toda posibilidad de cambio.

La Personalidad no es más que aquello a lo que estamos habituados y un hábito es un conjunto de emociones, pensamientos y comportamientos que de tanto repetirlos se han tornado inconscientes y automáticos. Cuando un hábito se arraiga tan fuertemente, el cuerpo toma total dominio sobre la mente y la dirige. Es como si algo dentro nuestro “nos llevara” de las narices a repetir una y otra vez lo mismo que estamos acostumbrados a hacer… Entonces, cuando nuestra rutina se convierte en un programa de computación que dejamos correr, perdemos libertad de acción y decisión y solo reaccionamos ante los mismos estímulos.

Cuando nuestra rutina se convierte en un programa de computación que dejamos correr, perdemos libertad de acción y decisión y solo reaccionamos ante los mismos estímulos de siempre.

Así, nos levantamos, desayunamos, hacemos las mismas cosas de siempre, nos decimos lo mismo que el día anterior, tomamos las mismas decisiones, que nos llevan a tener las mismas experiencias y esas experiencias nos hacen sentir las mismas emociones que refuerzan nuestras creencias. Este circuito repetido es lo que con el tiempo llamamos nuestra “identidad”. Desde este lugar decimos: “yo soy así”, “esto es lo mío”, “esto no lo es”.

Aquello que llamamos “Yo”, es ese “sabor personal” que tenemos de quienes somos de acuerdo a cómo nos comportamos en lo cotidiano desde hace años.

Podemos llegar a concluir por ejemplo, que la vida es dura y difícil, que en las personas no se puede confiar, que lo que queremos cambiar nos costará una barbaridad, que lo que quisiéramos lograr es imposible, y un sinfín de cosas más que nos mantienen estancados en el mismo lugar. ¿Por qué? Porque así como apretamos un botón y el payasito salta de la caja, también tocamos siempre los mismos botones emocionales que nos llevan a reaccionar de acuerdo a lo predecible según nuestra personalidad.

Esto nos lleva a reflexionar que nuestra personalidad no es más que un programa inconsciente corriendo por nuestra mente que hace que reaccionemos desde los mismos hábitos de siempre. Desde esta mecanicidad perdemos total dominio y voluntad acerca de quienes quisiéramos ser, que desearíamos dejar de hacer, qué cambiar y qué nos gusta así como está.

¿Hasta dónde decidimos y hasta dónde no?

Pensamos que decidimos cuando en verdad solo dejamos correr nuestro software sobre nuestro hardware (cerebro). Y si tenemos en cuenta que el 95% de nuestra vida está regida por el inconsciente y solo el 5% pertenece al dominio de la consciencia… no nos sorprenderá para nada que aun diciendo: “A partir de ahora voy a hacer esto o aquello”, al día siguiente nos encontremos con el sabor amargo de repetir lo de siempre o abandonando cualquier propósito u objetivo superador que nos hemos propuesto desde ese minúsculo porcentaje de conciencia.

Es debido a esta desigualdad entre el peso del inconsciente y la endeble influencia de la conciencia, que a nuestras palabras se las lleva el viento y solo las buenas intenciones de cambiar siguen en pie de guerra. Es como si una hormiga quisiera ganarle una pulseada a una manada de elefantes…

Entonces cuando nos decimos ya hartos de lo mismo que queremos cambiar o sentir distinto, no tenemos en cuenta que el 95% de quienes venimos siendo hasta el día de hoy es la repetición de un conjunto memorizado de comportamientos, de reacciones emocionales, de hábitos inconscientes, de actitudes cableadas fuertemente en nuestro cerebro, de creencias y percepciones que funcionan como un programa de computación que nos hace actuar cual si fuéramos robots. Por lo tanto, podemos decirnos desde el 5% de nuestra mente consciente “voy a cambiar”, “quiero dejar esto atrás”, “quiero superarme”, “quiero ser saludable”, “a partir de mañana…”, pero nuestro cuerpo tiene un programa completamente diferente que insiste en mantenerse en el mismo seguro lugar que lo ha mantenido sobreviviendo hasta hoy…

Además, el cuerpo es “adicto” a las sustancias que ciertas emociones segregan cuando atravesamos determinadas experiencias. El enojo, la indignación, la irritación aumentan el cortisol en sangre y el cuerpo se acostumbra a funcionar con esa química corporal. Es por eso que estará atento a buscar situaciones externas que fundamenten su realidad interna. Y así encontrará con facilidad situaciones o personas ante las cuales indignarse, enojarse o irritarse. De esta manera, la misma personalidad, crea y re-crea la misma realidad externa. A veces queremos cambiar, ver resultados distintos “vistiendo” la misma personalidad de siempre y en este nivel de vibración nada se modificará. Nunca una solución se encuentra en el mismo nivel de consciencia en el que el problema se generó.

El cuerpo se vuelve "adicto" a las sustancias que ciertas emociones segregan cuando atravesamos determinadas experiencias. Si quieres sentirte diferente, toma decisiones que te lleven a experimentar emociones renovadas que cambien la química de tu cerebro.

¿Entonces cómo comenzar a cambiar?

Tenemos que ir más allá de nuestra mente analítica, intelectual, que es la mente que separa a la mente conciente de la mente inconsciente emocional. Cambiamos cuando “tocamos” la emoción y modificamos la química de nuestro cerebro.

¿Cuál es el vehículo que nos transporta de aquí hasta allá?

Lo que la ciencia nos dice es que la clave para acceder a nuestros programas inconscientes es observarlos correr des-identificadamente. Cuando podemos observar como un “observador externo” nuestro funcionamiento automático, ese 5% va incrementando su poder y la realidad interna se vuelve prioridad sobre la realidad externa en la que siempre encontramos razones que refuerzan nuestros antiguos modos de ser, de pensar, de sentir.

La meditación, los estados más elevados de consciencia, nos ayudan a relentizar nuestras ondas cerebrales y cuando logramos hacerlo apropiadamente como resultado de una práctica sostenida en el tiempo, de a poco logramos acceder a nuestros programas inconscientes desde otro estado de nuestro Ser “más despejado” y vamos ganando fuerza y dominio para lograr cambios más importantes, desde el “centro” dejando de estar siempre en la periferia.

Cuando accedemos a un nivel de consciencia superior que alinea nuestro cuerpo (que se mueve desde la reacción inconsciente) y nuestra mente (que va incrementando su dominio a partir de tomar distancia de los hábitos de siempre), vamos logrando “desconectar” de la vorágine diaria y des-activar esos programas que nos mantienen tan automatizados.

Cuando la mente y el cuerpo trabajan juntos, podemos decir recién entonces que “hay equipo” para cambiar nuestra personalidad, cual sweater que se deja de usar porque necesitamos uno nuevo, más acorde a cómo queremos vernos.

Cuando accedemos a un nivel de consciencia superior que alinea nuestro cuerpo y nuestra mente, vamos logrando “desconectar” de la vorágine diaria y des-activar nuestros programas inconscientes.

En un estado de Ser superior, logramos bajar el ritmo cerebral, desconectar con el exterior y sintonizar con frecuencias superiores de energía que nos dan más vitalidad y nos ayudan a centrarnos y concentrarnos en lo que queremos ver manifiestado. Es decir, ponemos en primer plano lo que en verdad decimos que deseamos. Esa “pausa sagrada” en donde en lugar de dejar correr el programa, lo observamos con distancia, nos permite diferenciar quienes somos o queremos ser de quienes estamos acostumbrados a ser por mera repetición.

Cambiar nos exige transitar la incomodidad...

¿Te animas a cruzar a la otra orilla?

Es aquí donde la cosa se pone difícil y tenemos la oportunidad de demostrarnos nuestra grandeza… cuando podemos soportar el disconfort y la incomodidad que representa salirnos de esa zona certera y sostener la incertidumbre de sentirnos distintos a los de siempre y sobre todo atarnos al mástil para no sucumbir a los cantos de sirenas de un cuerpo que pide adictamente las mismas sustancias químicas de siempre.

Recordemos el circuito de la Personalidad: los mismos pensamientos, nos llevan a las mismas elecciones y estas elecciones a los mismos comportamientos, que nos llevan a las mismas experiencias, que gatillan las mismas emociones, que reafirman los mismos pensamientos de un principio y que todo esto en su conjunto es lo que sostenido en el tiempo llamamos “YO”.

¿Por qué parte de esta ecuación comenzamos a impactar?

La respuesta está en el la información, hoy la ignorancia es una elección. Nueva información “inspiradora” puede activar un nuevo pensamiento que te lleva a tomar una decisión distinta a la de siempre y esa decisión te devuelve una experiencia nueva, atípica, que te genera emociones diferentes que van segregando en tu cuerpo una nueva química que va “barriendo” las sustancias anteriores que ya no te sirven. Y es entonces cuando tu “cuerpo emocional” entiende lo que tu mente le decía. No olvides que el lenguaje de la mente es el pensamiento y el del cuerpo es la emoción. Cuando pensamiento y emoción se entienden se produce la alquimia.

Repetir y repetir para no volver atrás

¡Y por último! El ingrediente principal a partir de ahora es entonces: fijar a través de la repetición esa renovada personalidad que nos queremos calzar, sino no será más que una “muestra gratis” de lo que podríamos llegar a ser o de cómo nos podríamos llegar a sentir si viviríamos en plena consciencia de nuestras elecciones presentes y dejáramos de reaccionar desde las memorias pasadas inconscientes, que nos sujetan a la misma identidad y por lo tanto a los mismos hábitos que nos dañan y queremos dejar atrás.

El “yo soy así” ya no justifica a nadie. La neuroplaticidad y la epigenetica destierran tus argumentos y tiran abajo tus excusas de siempre. ¿Quieres dejar atrás la persona que eres? Arremángate y ponte duro a trabajar para que tu 5% se incremente lo suficiente para desplazar a ese elefante que se resiste a mover un alfiler de lugar.