Volver al sitio

Cómo re-tejer nuestro cerebro para llegar a ser nuestra mejor versión

Por Corina Valdano

22 de noviembre de 2018

¿Cómo podemos re-tejer nuestro cerebro?

Como seres humanos, tenemos a nuestro alcance el poder de “moldearnos” , de echar manos sobre nuestro cerebro para que comience a jugar a nuestro favor en un proceso de renovación de lo que llamamos “Yo”.

Con frecuencia, solemos preguntarnos por lo difícil de las circunstancias que nos toca afrontar, pero en esta evaluación minuciosa del contexto amenazante, olvidamos interrogarnos acerca de los recursos que podemos desarrollar para hacer frente a tales eventos.

Cuando sentimos que lo que tenemos que afrontar está por encima de los recursos que disponemos, deviene la tan conocida ansiedad para nublarnos la visión y susurrarnos al oído que no podremos ante semejante desafío.

Cualquiera sea el cambio que se avecina: un nuevo trabajo, emprender por cuenta propia, radicarnos en otro país, cumplir un sueño o salir adelante de una situación de crisis, nos da intenso temor y dudamos de ser capaces de estar a la altura de las circunstancias.

Cuando irrumpe en nuestra vida una situación que nos exige habilidades desconocidas de nosotros mismos hasta entonces, tenemos dos posibilidades:

  • Echarnos hacia atrás y sentenciar que no seremos capaces.
  • Apreciar esa situación como una ocasión para desarrollar recursos y descubrir talentos ocultos.

La segunda posibilidad conlleva la necesidad de abandonar la vieja idea de que somos de una vez y para siempre de una misma manera y comenzar a pensarnos como procesos evolutivos en continuo movimiento.

Ante una circunstancia que exige de nuestra parte nuevas habilidades, no debemos preguntarnos ¿Cómo somos? La pregunta oportuna será ¿Cómo necesitamos ser?

Una situación nueva no podemos afrontarla con los mismos recursos de siempre. Cuando nos decimos que no somos capaces, es porque desconocemos la capacidad que como seres humanos, con un cerebro y una conciencia, tenemos para evolucionar en la dirección deseada. No lo digo yo, lo dice la ciencia… el cerebro posee una capacidad que pone al alcance de todos el don de la transformación de lo que llamamos “Yo”. Esa cualidad es la neuroplasticidad. 
 

Esta palabra que a primera vista parece compleja en verdad es muy sencilla: tenemos la capacidad de modificar nuestro cerebro tanto como nos dediquemos a trabajar sobre él.

Aquello que llamamos “yo” no es más que un conjunto de hábitos a los que nos hemos acostumbrado y sostenido durante largo tiempo.

Y un hábito se forma como consecuencia de que las neuronas conectan entre sí de una manera en particular, dando lugar a un determinado comportamiento o actitud y la suma de esos hábitos dan como resultado lo que nombramos “Yo”, que no es más que un conjunto de hábitos que le han dado forma a nuestra identidad. Este es el entretelón que está detrás cuando afirmamos “Yo soy miedosa”, “Yo no soy constante”, “Yo no tengo iniciativa”, “Yo soy impulsiva”. Cuando sostenemos estas afirmaciones nos quedamos atrapados una imagen congelada de nosotros mismos y olvidamos que este “Yo soy” puede tener gran movimiento si comenzamos a hacer distinto ante lo mismo.

Nuestro cerebro se parece a un tejido que hemos ido tejiendo durante largo tiempo con hilos de algodón que con la repetición de los mismos comportamientos se han convertido en una especie de cables de acero que forman la armadura de nuestra rígida personalidad.

Sin embargo, la vida muchas veces nos pone en situación de recordarnos que nuestra armadura está oxidada o que ya no nos sirve para las nuevas circunstancias. Y esta es una oportunidad extraordinaria para destejer lo tejido y retejer el cerebro con los mismos hilos pero con un punto distinto. 

Comenzamos a hilvanar una personalidad diferente cuando nos animamos a salir de nuestra zona de comodidad y a desafiar las voces que nos susurran al oído “no vas a poder”, “esto no es para ti”, “será muy difícil”, “mejor quédate a así”.​

Yo no sé tejer a dos agujas pero me estoy volviendo experta en retejer mi cerebro

Siendo una mujer hogareña, rutinaria y estructurada a más no poder, me animé a la experiencia de dejar atrás mi vida de todos los días y lanzarme a la aventura de viajar con mi familia. Cuando me subí a aquel avión 🛩, supe que la Corina que me había acompañado hasta entonces ya no me serviría… Se quedaría bastante corta para hacer frente a los miles de desafíos diferentes que iba a tener que afrontar. Pase de no poder dormir sin mi almohada a dormir en carpa en los Himalayas, de tener todo absolutamente controlado a dejarme fluir por lo que la vida me iba presentando. Viajar, es mucho más que ver lindos paisajes. Viajar demanda una mente ampliada para abarcar la multiplicidad de culturas, costumbres y tradiciones distintas, exige flexibilidad y capacidad de adaptación, tolerancia a la incertidumbre y aprender a danzar con los continuos cambios que se van presentando uno tras otro sin pausa.

Dejé de ser yo porque mi contexto cambio y me exigió poner en acción nuevos dones y habilidades. ​

Podría haberme pegado la vuelta, pero decidí quedarme y retejer mi cerebro a partir de construir desde cero nuevos hábitos y repetirlos, repetirlos y repetirlos hasta encarnarlos y que formen parte de la que soy hoy. Ahora sé que además de ser hogareña y estructurada, puedo ser hozada, viajera, aventurera y elástica.

¿Es acaso magia? Por supuesto que no, nuestro cerebro se va modificando días tras día con cada acontecimiento vital que nos exige dar un paso más allá de nuestros miedos y condicionamientos. Por eso es tan importante exponernos a diferentes escenarios, asumir nuevos desafíos, aprender cosas nuevas, animarnos a lo que antes no.

El cerebro 🧠se modifica no fruto del azar sino como resultado de una actitud transformadora de nuestra parte. Cada vez que resistimos la tentación de responder con las mismas respuestas de siempre y optamos por una actitud distinta superadora, estamos re-tejiendo nuestro cerebro en una mejor versión. Así aquello que llamamos “Yo” adquiere infinitas posibilidades de ser, tantas como dispuestos estemos a echar manos sobre nuestro cerebro.

Desde un protagonismo activo podemos ir ampliando nuestra personalidad y en lugar de una armadura, tendremos alas para volar.

Cuantos más recursos tenemos para afrontar la realidad, más nos animamos a dar un paso más allá. Y cuánto más nos animamos a dar un paso más allá, más enriquecemos nuestra personalidad con nuevos recursos para adaptarnos a la novedad. ​

Esta retroalimentación se convierte en un circulo virtuoso que sostenido en el tiempo se transforma en evolución y cuando volvemos la mirada atrás nos sentimos tan lejos de quienes fuimos y tan orgullosos de quienes estamos siendo hoy. Y quizás dentro de un tiempo nos sintamos lejos de quienes estamos siendo ahora mismo, porque superamos, nos animamos y agitamos aún más nuestras alas.

Cuando no nos quedamos quietos para siempre en el mismo lugar, cuando cuestionamos nuestras creencias, cuando dejamos de darnos por sentado, cuando aprendemos o emprendemos algo nuevo reseteamos nuestros cerebro y re-actualizamos nuestra identidad.

Saber que somos procesos y no productos acabados nos da esperanzas de cambio y deja sin excusas a muchas personas que se resguardan bajo la coraza del “Yo soy así”.

Quienes se quedan apegados a su armadura oxidada sin renovar su personalidad, no es por imposibilidad real sino por falta de voluntad y compromiso en trabajar sobre sí.

Nuestro cerebro ha de estar a nuestro servicio, no nosotros sometidos a lo que nos mande desde sus automatismos aprendidos. Masajearlo como si fuese arcilla nos vuelve artesanos de una vida elegida.

Si te estás preguntando ¿Lo hago? ¿Me anotó? ¿Me animo? ¿Empiezo? Y alcanzar ese objetivo resulta en una superación personal, no lo dudes ⁉. Hacélo, animáte, empezá, da un paso más allá de tus miedos y ansiedades que te mantienen en el mismo lugar, con el mismo sabor personal. Por cada desafío que afrontas, tu personalidad se expande y con ella tu autoconfianza, la misma que es capaz de presentar ante tus miedos tus logros concretos cada vez que intentan acobardarte.

Como animales humanos en permanente adaptación, rara vez cambiamos por inspiración. La mayoría de las veces nos transformamos ante la necesidad de hacer frente a nuevos escenarios.​

Es por eso tan necesario que “te pongas en situación” de cambio para no anestesiarte y dar lugar a que nuevos dones y talentos despierten. Es así como modificamos nuestro cerebro y es entonces cuando comienza a jugar a nuestro favor. Cuando intervenimos voluntariamente en ese intrincado tejido, hacemos de nuestro potencial un acto y de nuestra personalidad, su mejor versión.