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Aprender a darnos tiempo

Por Corina Valdano

4 de diciembre de 2018

La ansiedad, la vedette de los tiempos que corren...

Si una emoción ha ganado protagonismo durante las últimas décadas, esa emoción es la ansiedad. La ansiedad nos hace sentir que nunca avanzamos lo suficientemente rápido, que hay miles de cosas que se nos escapan, que no estamos a la altura de las circunstancias...

Las preguntas que nos ayudan a salir de ese círculo vicioso son: ¿Por qué nos exigimos tanto? ¿Qué nos apremia si no son nuestras propias exigencias y auto-demandas? ¿Qué apuro tenemos por llegar a un lugar que ni siquiera acabamos de definir por estar atiborrados de tanta ansiedad? ¿Cuál es el premio por hacerlo todo rápido con el costo de agotarnos en el mientras tanto? ¿Por qué nos cuesta tanto tenernos paciencia y comprender que necesitamos tiempo para cada nuevo desafío que emprendamos?

Somos adictos a quererlo todo ya y como nos resistimos a la idea de proceso o peor aún, ni siquiera la contemplamos, cuando iniciamos algo nuevo o asumimos algún reto, nos sentimos “lentos” o no suficientes. Ahora bien, ¿será que no somos capaces o será que nos falta tiempo para asimilar y madurar lo que queremos lograr? A veces confundimos falta de capacidad con exceso celeridad en lo que nos estamos pidiendo. Cuando eso nos sucede nos frustramos y tiramos la toalla antes de tiempo porque concluimos “esto no es lo mío” cuando en verdad todavía no acabamos siquiera de saborear y apropiarnos de aquello que nos motiva alcanzar.

El arte de no apurar lo que necesita tiempo de maduración

Las personas inquietas, curiosas y entusiastas tienen el don de proponerse siempre avanzar, de animarse a lo que otros no, de aprender cosas nuevas y de intentar superarse días tras día. Sin embargo, en su entusiasmo cometen muchas veces el error de acelerar y precipitar lo que no puede ser apurado. Hacer lo que está a nuestro alcance ha de ser dosificado con la gracia de aguardar los momentos adecuados y respetar los ritmos armoniosos, que no son los que marcan las ansias de una mente demasiado agitada.

Nos cuesta comprender que cuando lo que queremos no va al ritmo que pretendemos, no siempre más es mejor, ni apresurarse es llegar más lejos.​

Para las personas deseosas de superarse, cruzarse de brazos y esperar a que madure lo sembrado, a que las aguas se calmen, a que se asienten los cambios que venimos realizando, es tremendamente difícil. Así como un embarazo no puede apurarse y necesitamos nueve meses para nacer, así durante muchas veces en la vida nos embarazamos de nosotros mismos cuando queremos parir una nueva conquista personal, un nuevo aprendizaje, una nueva adaptación, una nueva vida.

La ansiedad es una emoción que está muy ligada a moverse del cómodo lugar en el que uno está y animarse a dar un paso más allá o quizás un gran salto, cuando el cambio resulta muy trascendente. Así, quienes más se atreven y se arriesgan, más expuestos están a tener que lidiar con sensaciones de ansiedad si olvidan combinar su entusiasmo por superarse con la dosis de tiempo necesaria que requiere toda nueva adaptación.

Cualquiera sea el desafío asumido, las personas ansiosas, quieren devorarlo todo de un solo bocado. Aprender un idioma, conseguir un nuevo trabajo, emprender por cuenta propia, trasladarse a otro país, adaptarse a nuevas circunstancias, dejan de ser cosas importantes para convertirse en urgentes necesidades, que nos hacen vivir una mejora u oportunidad como algo de vida o muerte. Entonces, lo que se originó en un beneficioso propósito de crecer y superarse se convierte en una carga difícil de llevar, como quien se pone el elefante al hombro para ir más rápido porque no soporta su paso sosegado.

Cuando vivimos lo importante como urgente necesidad, vemos las mejoras y las oportunidades como algo de vida o muerte

Las ansias nos llevan a querer cosechar antes de tiempo.

Cuando vamos por la vida tan apurados, recién acabamos la siembra y nos desesperamos por ver los frutos. Olvidamos que es tan importante sembrar como saber aguardar los tiempos de maduración, confiando que la semilla que no vemos y yace bajo la tierra, está germinando y tendrá sus efectos.

No hay nada valioso en la vida que se consiga de un día para el otro. Si miras tu recorrido hasta entonces, seguro acabaras por darte cuenta que aquello por lo que te sientes orgulloso, te ha demandado tiempo, además de esfuerzo y dedicación.

Vivimos en una sociedad vertiginosa que todo el tiempo nos invita a subirnos al carrito de la montaña rusa, y terminamos abrumados, mareados y sacudidos por un sin fin de estímulos y exigencias insanas que se disfrazan de ganancias cuando en verdad, perdemos calma y lucidez de elección.

Necesitamos disminuir la marcha y sintonizar con los tiempos orgánicos de nuestra mente, de nuestro cuerpo y de nuestro espíritu.​

El cultivo de la paciencia

Paciencia… seguramente esta palabra la sientas tan remota y lejana. Pareciera haber pasado de moda en tiempos donde todo acontece a una velocidad que ni siquiera podemos llegar a procesar. Sin embargo, esta es una palabra que encierra una habilidad que nos será de mucha utilidad en la mayoría de las ocasiones que nos tocará vivir. La paciencia nos salva de nuestra impulsividad por decidir antes de tiempo, del arrebato de abandonar lo que en verdad queremos, de salir corriendo de lugares que apenas conocemos, de saltar de un lado al otro sin poder enfocarnos, de ir tras zanahorias que no son propias por no tener la serenidad para construir ladrillo a ladrillo lo más auténtico de sí.

La sabiduría de la paciencia nos resguarda de nuestra primitiva torpeza.

Esta virtud asociada a la vejez y al saber que los años nos dan, marca un antes y un después en la vida de quien de joven y con todo por hacer, se dedica a adiestrar esta herramienta para ser utilizada en los momentos en que la inquietud y el nerviosismo nos secuestran la conciencia.

La paciencia es una habilidad que se entrena. Allí cuando nos damos cuenta que estamos queriendo empujar la rueda o apresurando lo que apenas acaba de nacer, lo que debemos hacer es desacelerar para observar lo que nos pasa con más claridad. En la periferia del huracán existe el caos, pero en su centro la calma. Posicionarnos es ese eje central nos salva de dejarnos tragar por la confusión y salir expulsados sin ninguna dirección. La puerta de entrada a ese núcleo de calma es la respiración y junto a ella la toma de conciencia.

Preguntas que ayudan a "re-calcular" cuando caemos presos de la ansiedad...

Cuando la ansiedad desborda, siempre es bueno hacer un pausa y preguntarnos: ¿Qué me trajo hasta aquí? ¿Cuál es el fin? ¿Para qué hago lo que hago? ¿Acaso el propósito de iniciar, de moverme, de aprender, de crear, no es para sentirme más a gusto conmigo y mis circunstancias? ¿Cuál es la urgencia? ¿Y si el proceso que estoy deseando saltar es lo que más me enseña? ¿Y si por ir tan apurado/a tomo decisiones erradas? ¿Y si cambio de parecer en el mientras tanto? ¿Acaso no es mejor ir despacio atendiendo a lo que se mueve dentro? ¿No vale más un paso con plena conciencia que correr sin mirar ni siquiera donde estoy pisando?

La paciencia no es un tiempo vacío o improductivo, es un tiempo de cultivo que nos empodera porque nos ayuda a ganar plena conciencia sobre lo que nos está aconteciendo para tomar así decisiones más acertadas. Luego de hacer nuestro mejor esfuerzo, de decidir lo que teníamos que decidir, de intervenir en lo que nos tocaba intervenir, corresponde saber esperar y observar cómo se van sucediendo los acontecimientos externos y cómo va madurando lo nuevo dentro nuestro.

La no-posibilidad de apresurar lo que lleva tiempo de maduración es un invitación a guardarnos en nuestro centro, sin desgastarnos por apresurar lo que requiere proceso y evolución.

En un mundo donde la regla es vivir apurados, revelarnos es darnos tiempo y tenernos paciencia.

¿Tiempo para qué? tiempo para aprender, para adaptarnos, para acomodar nuestras ideas, para sentirnos parte, para acostumbrarnos, para perdernos, para calmarnos, para encontrarnos, para dejar atrás, para madurar lo inmaduro, para florecer lo incipiente, para cocer lo crudo.

Todo fervor por acelerar momentos, por saltar etapas, por evitar las pausas resulta contraproducente. Saber esperar es un logro de la conciencia, indicio de una mente sabia y entrenada. Pausar, respirar, darnos tiempo, observarnos es tratarnos con amorosidad y ser coherentes con la finalidad más importante que desde dentro nos mueve: superarnos.

Solo quien entrena su paciencia gobierna su mente, domina su destino y disfruta del camino. Quien no tolera la espera, desespera y se dispersa dando puntadas sin hilo.

Te invito a que te preguntes ¿tiene un lugar importante en tu vida el cultivo de la paciencia? ¿Te das tiempo suficiente para madurar tus ideas, tus proyectos y los pasos que das?

Proponete hacer un trato con esa parte tuya que tanto te apresura y te exige resultados. Después de cada movimiento que hagas, date un plazo de tiempo en el cual te dediques pura y exclusivamente a cultivar la calma y asimilar lo que has puesto en movimiento, como en una oscilación armoniosa entre tensar y aflojar. “Ni tan flojo que no suene, ni tan tenso que se rompa”, como enseño Siddharta Gautama, el Buda. En ese equilibrio entre hacer y dejar que se haga, entre la actividad y la pausa, entre la siembra y la cosecha, se instala la tan preciada y cotizada virtud de la paciencia y el tiempo que con su paso todo lo acomoda y lo sitúa en su lugar correcto.

En el equilibrio entre hacer y dejar que se haga, entre la actividad y la pausa, entre la siembra y la cosecha, se sitúa la virtud de la paciencia.

Si la ansiedad te gana, si vives con demasiada celeridad y no puedes disfrutar de los procesos, no dejes de pedir ayuda. Es posible re-enmarcar la manera desde donde miras la vida y la transitas.