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Ser herederos de nosotros mismos

Por Corina Valdano

15 de agosto de 2020

Heredarnos a nosotros mismos

Cada vez que nos pensamos a nosotros mismos, nos pensamos en relación con la cuna que hemos tenido, con los padres que nos han criado, con el trato que hemos recibido, con la herencia que nos han legado. Pero olvidamos el peso que tiene en nuestro destino el “heredarnos a nosotros mismos”.

Así como nuestros ancestros, han sembrado semillas que hoy germinan en nuestra vida, también nosotros podemos ser ancestros de nosotros mismos a partir de las decisiones que tomemos y los comportamientos que asumamos día a día. Sin embargo, hay quienes no alcanzan a darse cuenta de esta posibilidad de hacer “lo propio” con lo dado. Viven su existencia absolutamente condicionada y culpan a su linaje por sus propias limitaciones, sus defectos y los obstáculos que se le presentan. Estas personas se sienten desprovistas de recursos o impedidas por fuerzas externas para armarse una existencia a su medida. Y ahí se quedan… replicando mandatos ajenos o no pudiendo hacer nada distinto de lo que les han ofrecido en forma de herencia.

Otros ejemplares humanos logran dar un paso más allá del reniegue con lo que les tocado en suerte y en lugar de resentir toda la vida una madre primitiva, un padre ausente o una crianza desprolija, agradecen lo posible y sanan las heridas de su infancia. No vuelven una y mil veces hacia atrás en busca de culpables, aprenden a transitar con más consciencia su propia vida. Comprenden que la única manera de trascender sus mandatos es haciendo que su futuro no sea una réplica de su pasado. En lugar de seguir esperando toda la vida que de su árbol caigan naranjas jugosas, plantan nuevas semillas de la fruta que ellos mismos elijen.

Re-enunciar lo que no podemos cambiar

Como terapeuta he visto tantas personas malograr su vida o invertir demasiada energía en lo que no puede ser de un modo diferente a lo que es. Se trata de aceptar radicalmente lo fue o lo que sigue siendo, para dejar de esperar lo que nunca ha sido y quizás nunca llegará a ser. Recién entonces es posible soltar las amarras que nos mantienen atados al muelle de lo familiar estanco. Esta toma de consciencia no es caer en la justificación del desamor, del maltrato o del abandono de quienes deberían haber cuidado. Es implementar la acción inteligente de dejar de luchar en vano por lo que no está a nuestro alcance modificar ni evolucionar.

Cuando uno “renuncia” a querer cambiar lo que no puede ser cambiado, vuelve a “enunciar” de un modo diferente lo mismo de lo que siempre se ha quejado y pone su mirada en abrirse camino para sí mismo y en navegar sus propias aguas. Entonces, donde antes hubo una madre hostil, ahora hay una madre naciente que está decidiendo conscientemente ejercer la paciencia y la amorosidad, donde antes hubo un padre ausente, ahora hay un padre que se organiza para estar presente, donde hubo silencios ahora hay palabras, donde hubo miedos, hay valentía, donde hubo negligencia, ahora consciente autocuidado.

Cuando uno “renuncia” a querer cambiar lo que no puede ser cambiado, vuelve a “enunciar” de un modo diferente lo mismo de lo que siempre se ha quejado y pone su mirada en abrirse camino para sí mismo y en navegar sus propias aguas.​

Es posible elegir de entre lo heredado, lo que nos resulte más saludable y beneficioso. Tomar la parte sin rechazar el todo y comenzar a gestar lo que no nos ha sido provisto.

Es posible elegir de entre lo heredado, lo que nos resulte más saludable y beneficioso. Tomar la parte sin rechazar el todo y comenzar a gestar lo que no nos ha sido provisto. Esta actitud supone la toma de responsabilidad respecto de sí mismo. Saber que podemos también heredarnos a nosotros mismos a partir de las decisiones que tomemos hoy. ¿Cómo? Actuando en co-herencia en las manifestaciones de nuestra vida respecto de lo que hubiésemos deseado heredar y no nos fue legado. Puede que nuestros padres no hayan tenido ambición de superación… pero podemos decidir ejercitar el músculo del crecimiento personal. Puede que la voluntad no nos haya sido enseñada, pero podemos ejercer la perseverancia en nuestras responsabilidades cotidianas. Puede que la dignidad no haya sido ejemplificada, pero podemos decidir corrernos a tiempo de los lugares que nos dañan.

El eterno reclamo solo gesta rencor e impotencia. Invertir esa energía reivindicativa en acciones concretas que edifiquen nuestra vida es convertirnos en herederos de nuestros propios méritos. No hay tesoro ni herencia legada que tenga mayor valor que la autogestada.

La repetición de lo mismo no es destino en quienes asumen pleno protagonismo sobre sus vidas. Lo que no se “mamo” en la cuna se puede aprender en el transcurso de las experiencias que vamos transitando en la vida. Hacia adelante cabeza en alto, nunca hacia atrás y con hombros encorvados. El eterno reclamo solo gesta rencor e impotencia. Invertir esa energía reivindicativa en acciones concretas que edifiquen nuestra vida es transformarnos en donadores y herederos de nuestros propios esfuerzos y méritos. No hay tesoro ni herencia legada que tenga mayor valor que la autogestada.