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Salirse del Propio Ombligo. Agradecer. Encontrar un sentido...

Por Corina Valdano

3 de agosto de 2017

No te olvidemos de agradecer lo digno de honrar en tu vida

La gratitud es una práctica que hemos de aprender a ejercitar. La felicidad está en íntima relación con la posibilidad de “apreciar” aquello por lo cual podemos sentirnos dichosos, sin dar por sentado lo que hemos naturalizado. No debemos esperar un sufrimiento mayor para volver la mirada a la propia vida y valorar lo que antes no… A veces la tragedia de otros “nos ubica” en tiempo y espacio. De repente, la queja y la insatisfacción por lo que nos falta se torna trivial y superficial. En cuestión de segundos, lo imprescindible se vuelve absolutamente prescindible.

Lamentablemente, este incipiente atisbo de gratitud desaparece al tiempo que el impacto de la comparación se desvanece.

Volvemos así, a los automatismos de siempre: a centrar la mirada en lo que nos falta, en lo que no tenemos, en lo que podría ser mejor... Esta actitud nos nubla la visión y nos enfría el corazón para percibir lo que sí está bien a nuestro alrededor.

Esta tendencia automática a registrar lo negativo tiene un fundamento evolutivo. Como especie estamos “cableados” neurológicamente para prestar atención a las amenazas. La supervivencia va de la mano de la precaución y somos precavidos de aquello negativo que nos advierte de los posibles peligros. Así, hemos sido provistos neurológicamente de la posibilidad de prestar atención a lo negativo, a través de este "filtro selectivo" de detectar lo que está mal para alertarnos de inminentes enemigos.

En tiempos remotos, si un antepasado se distraía apreciando una bonita puesta de sol, seguramente terminaba siendo presa fácil de un depredador.

Ahora bien, hacer de esta condición humana ancestral, un estilo de vida actual, no solo nos amarga la existencia sino que nos condiciona para ver amenazas en cualquier situación.

La práctica de la gratitud

La gratitud es una virtud que no nos viene dada, hay que entrenarla. Si bien hay personas que naturalmente sienten esta inspiración, puesto que su temperamento innato es más agradecido y optimista, la mayoría de los mortales tendemos a caer con mucha más facilidad en el hábito de ver lo negativo, en la queja inútil y en el esteril lamento que solo nos ancla en la insatisfacción sin buscar solución. Estamos algo así como entrenados para remarcar aquello que va mal.. Aquel recurso ancestral se actualiza en estos hábitos automáticos de personalidad.

Los invito a que en este preciso instante hagan una profunda inspiración y una conciente “revisión”. Palabra muy apropiada porque se trata de un "volver a ver" (re-ver) con una renovada mirada, y desde esta lucidez podemos preguntarnos a nosotros mismos:

  • ¿Cuantas cosas damos por sentadas que son dignas de celebración?
  • ¿Cuánto se nos pasa por alto cuando estamos inmersos en el tedio y en el lamento llano?

Desde el aire que respiramos, hasta el canto de un pájaro, la sonrisa un niño, la presencia de un amigo, la manzana que saboreamos... todo esto y más, es digno de admiración y celebración.

Suena romántico, sin embargo todo el tiempo ocurren milagros a nuestro alrededor. Y no nos damos cuenta… pues, estamos metidos en nuestro pequeño ombligo y ofuscados por todo lo que pensamos.

Sino agradecemos con el mismo vigor con el que nos entristecemos, nos vamos habituando a dejar a un lado lo bello, lo sutíl, lo admirable, lo bueno. No se trata de alentar un optimismo irreal sino de tener igual ímpetu para disponernos a "apreciar".​

Sino agradecemos con el mismo vigor con el que nos entristecemos, nos vamos habituando a dejar a un lado lo bello, lo sutíl, lo admirable, lo bueno. No se trata de alentar un optimismo irreal sino de tener igual ímpetu para disponernos a "apreciar".

El hábito de la gratitud no es una novedad. Hace miles de años, la tradición budista lo alienta y recomienda, junto a la compasión dentro del núcleo central de su ética.

Teniendo tantos fundamentos para agradecer... ¿Por qué nos cuesta tanto este hábito?

La ingratitud nace de la ignorancia de sentirnos separados y de olvidar que la existencia depende de la interdependencia de todos los seres. El Budismo utiliza una palabra muy bella: UNICIDAD, para expresar esta totalidad de la que formamos parte.

Sin embargo, el Ego no es conciente de esta verdad, desde sus miedos y defensas tiene la percepción de separación. Bajo el velo de esta ilusión, daña y se defiende viendo a otros seres sintientes como “ extraños y ajenos”.

Sin embargo, para que hoy estemos acá, para que las mujeres podamos votar, para que lo niños se puedan expresar, para que hayamos llegado como especie vivos hasta acá ¡y un sin fin de cosas más! Hubieron personas que dieron su vida, se comprometieron y sembraron sus semillas de las cuales no pudieron ver sus frutos…Y hoy los gozamos como “dados”, olvidando todos los esfuerzos que fueron necesarios.

Esto me recuerda un sabio relato:

“Un anciano estaba absorto comprometido en su trabajo. Un amigo mercader lo ve y le pregunta…¿Qué estás haciendo bajo el sol con estás altas temperaturas? Estoy sembrando un árbol de dátiles, contesto con cara amigable el anciano. El amigo riéndose le contesto: ¡dátiles! ¡No me hagas reír! ¿Cuántos años tienes? Más de setenta contesto el anciano. A lo que el mercader afirmó: Tu sabes que la planta de dátiles tarda más de 100 años para dar sus frutos, ni vos ni tus hijos podrán gozar de comerlos. Dejá esa inútil ocurrencia y vamos por diversión.

Mira, dijo el anciano, hoy comí unos gustosos dátiles que alguien alguna vez sembró y ahora siembro para que otros tengan la misma suerte que tuve yo de disfrutar de este manjar. Como agradecimiento y pensando en los demás, es un deber moral dedicar con amor mi tiempo para sembrar…”.

Esta hermosa enseñanza aplica para la vida individual, para las organizaciones, para el país y para el mundo en general. Si nos vemos “separados”, creemos que todo empieza y culmina en nuestra finita existencia. Si levantamos la mirada, comprendemos que la “Vida” es mucho más que nuestra acotada permanencia en ella.

Así, por ejemplo, un país avanza mucho más lento que la existencia de una vida humana, es por eso que los esfuerzos que hagamos hoy, no los vamos a ver mañana, quizás lleguen a beneficiar a nuestros nietos y bisnietos. Del mismo modo que nuestros antepasados trabajaron para nosotros.

Si nos vemos “separados”, creemos que todo empieza y culmina en nuestra finita existencia. Si levantamos la mirada, comprendemos que la “Vida” es mucho más que nuestra acotada permanencia en ella.​

La gratitud, el ser agradecidos, nos predispone al altruismo, como en una cadena en donde todos damos y a la vez recibimos.

Está estudiado y comprobado que las personas que “tienen un lugar donde servir”, que se sienten útiles hacia los demás, experimentan mucha más felicidad que aquellas otras que gastan su tiempo solo en distracciones y en beneficio personal.

Dotar la vida de un sentido, establecer redes vinculares sanas y la práctica de la gratitud preserva nuestra salud psíquica y emocional.

Por el contrario, no tener redes afectivas satisfactorias, la vivencia personal de no tener con quien contar, es comparable a un riesgo de salud como fumar o la hipertensión arterial. Las personas aisladas viven mucho menos que las personas afectivamente asociadas.

Las personas que “tienen un lugar donde servir”, que se sienten útiles hacia los demás, experimentan mucha más felicidad que aquellas otras que gastan su tiempo solo en distracciones y en beneficio personal.​

Invertir nuestro tiempo en lo valioso

Podemos invertir nuestro tiempo en ser no solo agradecidos sino también, encontrar un sentido: “donar nuestra porción al Todo”. Cuando nos sentimos parte de una causa mayor que nos trasciende, la vida vacía comienza a ser “contenida” y hayamos nuestro sentido de vida.

Una vida con sentido y el ser agradecidos no solo beneficia a la humanidad compartida sino que nos abre desde el corazón hasta las vísceras. Ya no podemos volver a quienes éramos cuando la consciencia se eleva para ver más allá…del otro lado de la cima. Desde esta perspectiva más amplia, solo podemos maravillarnos de cómo funciona la inabarcable Vida y el sinfín de sus milagros. Quienes se permiten mirar la Vida con "asombro", logran “salir de sus sombras”, y mirar más allá de sus problemas. Como con la curiosidad de un niño, conociendo el entorno por vez primera, todo de pronto se revela.

Cuando nos sentimos parte de una causa mayor que nos trasciende, la vida vacía comienza a ser “contenida” y hayamos nuestro sentido de vida.​

La felicidad individual es una felicidad amputada si no tiene en cuenta a los demás. Solo crecemos cuando remamos todos hacia el mismo lugar.

Quienes se atreven a salir de su propio ombligo para disponerse a apreciar, encontrarán un sin fin de lugares donde ofrecerse y dar. Esta actitud generosa tiene el inmenso beneficio personal de la felicidad que no nace de los placeres finitos que gozamos a diario, sino de la inmensa dicha de la satisfacción de saber que "nuestra vida toca otras vidas" y en esa red compartida nace la verdadera dicha: no estamos solos y la responsabilidad de cada uno es aportar su “porción” al Todo.

La felicidad individual es una felicidad amputada si no tiene en cuenta a los demás. Solo crecemos cuando remamos todos hacia el mismo lugar.​

La gratitud, está en íntima relación con la humildad que supone reconocer y valorar a los demás, hablar menos y escuchar más, observar el doble de lo que tendemos a juzgar. Dejar atrás la omnipotencia de nunca querer fallar y la mezquindad de sacar ventaja desde nuestro ego individual.

La gratitud en nada se le parece a pasar por alto lo que sin duda debe mejorar. Un optimismo irreal, nos lleva solo a disfrazar lo que debe ser asumido con responsabilidad. Pero solo desde el agradecimiento de lo que hay podemos sintonizar con las fuerzas que nos anima a seguir andando sin desmotivarnos.

Las personas saludablemente optimistas, tienden a ver soluciones y por lo tanto afrontan sus problemas, en cambio las personas negativas… al no ver soluciones, ni siquiera lo intentan, menos aún se esfuerzan.

Para culminar, solo me resta agregar que no todo está tan mal como solemos pensar. Hay muchas personas sembrando semillas, hay muchas vidas tocando otra vidas, hay muchas manos colaborando, hay muchas buenas acciones que están siendo esparcidas, hay muchas personas despertando cualidades como la compasión, la gratitud, la generosidad, personas dispuestas a dar lo propio a un bien mayor. Cada vez hay mayor comprensión de que una vida, un país, un mundo mejor se construye con el esfuerzo de trabajar bajo el sol, sembrando las mejores semillas y siendo cada uno el mejor agricultor del fruto que yace bajo la tierra llana interior, que como potencial, se elevará con el cuidado y amor que cada uno le da.

No importa cuántos años sean necesarios para cosechar, porque aún si no tenemos el beneficio de gozar los frutos, en ese bendito acto de diseminar nuestras mejores semillas nos dignificamos y dotamos de sentido a nuestra finita existencia, así no vivimos en vano, así no nos vamos de aquí con los puños cerrados.

No importa cuántos años sean necesarios para cosechar, porque aún si no tenemos el beneficio de gozar los frutos, en ese bendito acto de diseminar nuestras mejores semillas nos dignificamos y sentimos que no vivimos en vano.

No nos vayamos de aquí con los puños cerrados.

Como sabiamente afirma la tradición budista, "tener la posibilidad de vivir una experiencia humana es todo un privilegio". Este reconocimiento merece el mayor de los respetos y el supremo agradecimiento.

¡Abre tus puños, siembra tus semillas, dignifica tu vida! Qué así sea…

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