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Saca el pie del acelerador

Por Corina Valdano

31 de marzo de 2018

Cuando nos sentimos insatisfechos, no necesitamos más de lo mismo, sino lo distinto.

A veces confundimos sentirnos vivos con ponernos en peligro. Buscamos la adrenalina en cosas que nos dañan. Una vida tranquila nos parece desabrida y una relación sin conflictos la sentimos insípida.

Pareciera que nos sienta mal la tranquilidad, el silencio y la calma. Estamos acostumbrados a ir a mil por la vida. Pensamos que necesitamos más movimiento y más acción, sentirnos más productivos y encendidos todo el tiempo. Sin embargo, algo dentro nuestro va acumulando insatisfacción. Nos sentimos más vacíos cuándo más llenos estamos y cuando la marea baja deja resabios del sinsentido de movernos frenéticamente en el mismo lugar, como ratas trastornadas de tanto girar sin lograr avanzar hacia ningun lugar.

Nos desplazamos horizontalmente de aquí para allá, cuando en verdad necesitamos evolucionar verticalmente para percibir lo mismo de manera diferente.

¿Por qué será que apretamos tanto el acelerador?

Buscamos intensidad cuando anhelamos serenidad. Buscamos más acción cuando nuestra esencia clama por dentro sintonizar con la paz interior ¿No será que es tiempo de aminorar la marcha y empezar a apreciar la existencia con los ojos de nuestra verdadera esencia?

No necesitamos más de lo mismo, necesitamos hacer contacto con la quietud que habita en nuestro interior para "escuchar" desde adentro de que carecemos y dejar de vaciarnos llenándonos con lo que en verdad no precsiamos. Cuando habitamos nuestros cuerpo y sentimos esa presencia, funciona como una brújula que nos orienta.

Abandonar el deseo neurótico de abarcar demasiado y siempre pretender más, descomprime la presión que nos ponemos y nos pone la sociedad de siempre focalizar en lo que nos "falta" y quedarnos atrapados en una personalidad insacible y contrariada, que confunde lo importante con lo insustancial.

Nuestro ego nos cuenta el cuento de que en otro bosque el césped siempre está más verde y le creemos. Nuestras voces internas intentan convencernos de que lo que hacemos nunca alcanza para llegar donde ni siquiera sabemos que queremos ir, y en lugar de tomar conciencia, pausar y re-calcular, re-doblamos la apuesta y vamos por más.

Seguimos la vida frenética sin darnos cuenta de que no nos estamos dando cuenta si hacia donde vamos es realmente hacia donde queremos ir.

Aprender a escuchar lo verdadero en nosotros

Sin embargo, hay una parte nuestra interna que nos cuida, mucho más profunda, perenne y auténtica que se da cuenta de que estamos errando el paso, de que estamos viviendo acelerados, de que nos estamos postergando, de que equivocamos prioridades y descuidamos lo importante porque siempre lo dejamos para más adelante… ¿para cuádo? cuando la economía lo permita, cuando haya más tiempo para disfrutar, cuando tengamos más tiempo, cuando emocionalmente estemos más equilibrados y energéticamente más alineados.

Esa parte nuestra que nos "sabe", y nos cuesta tanto escuchar, se da cuenta estamos errando el tiro… pero nuestro soberbio ego se niega a escuchar y en su lugar se aturde con ruidos, placeres, actividades y vicios, que prometen el paraíso y nos devuelven al sinsentido.

La mayoría de las personas que admiramos, que se han sentido felices con su vida, no han sido las más favorecidas. Han sido ejemplares humanos que se detuvieron a escuchar esta voz esencial y se dejaron aconsejar por su interioridad más profunda, esa que no engaña… aunque a veces resulta incómoda escucharla porque suele sacudir la estanteria de nuestra cómoda vida.

La mayoría de las frases que leemos en las redes sociales a las que le damos “me gusta” absolutamente convencidos, nos parecen tan obvias y claras, sin embargo quedan olvidadas en nuestra vida cotidiana… ¡Estamos tan de acuerdo! Pero hacemos poco y nada para encarnarlas y ejercitarlas. Vaya paradoja, leemos sabias palabras y actuamos con ignorancia.

Todo ser humano que se acerca al final de sus días, afirma sin dudar que si tuviese la oportunidad de volver el tiempo atrás… abrazaría más y confrontaría menos, viajaría en la juventud y no cuando el cuerpo no da más, trabajaría menos y se sentaría más en el piso a jugar con sus hijos, viviría más el día a día en lugar de buscar garantías, se animaría más y evitaría menos, agradecería el doble y se quejaría la mitad.​

No dejemos para más adelante, la Vida no es garantía

Así, los viejos se arrepienten y los jóvenes sienten que la vida les durará para siempre. Como si estarían excluidos de esa realidad.

En un intento de burlar la muerte, escuchamos las sabias palabras de quienes se nos adelantan… parados en la soberbia de tener todavía cuerda, y decimos: “Pobre tipo, de haberse dado cuenta…”. Sin embargo, esa persona que ya no tiene demasiado tiempo por delante, llegó a la misma conclusión a la que llegaremos todos nosotros, si es que seguimos aturdidos corriendo tras promesas superfluas.

No nos engañemos de que es la vida la que aprieta, somos nosotros los que nos exigimos mucha veces más de la cuenta.

Saquemos el pie del acelerador. Practiquemos el hábito de serenar la mente haciendo esas benditas pausas que nos recuerden lo trascedente. Hay más inteligencia en el Ser que en la mente, es allí donde tenemos que buscar las respuestas.

La presencia es la conciencia que la mente nos secuestra y debemos recuperar. Cuando la plena conciencia nos devuelve la presencia, la vida se siente y ya no se piensa. Cuando la vida queda atrapada en los pensamientos de siempre, sentimos depresión por lo que no pudo ser o ansiedad por lo que aún no sucedió.

Cuando la vida es sentida, percibida y agradecida nos colma de felicidad aunque haya cosas que solucionar. Pues no se trata de "hacer la plancha" y que nada nos importe ya, sino de andar la vida más tranquila e ir abordando lo que toca a medida que vamos andando.

La vida es para ser vivida no para ser resuelta ni descifrada, ni para llegar al final de ella con los puños llenos de momentos que nos han quedado sin vivir.

Saquemos el pie del acelerador. Practiquemos el hábito de serenar la mente haciendo esas benditas pausas que nos recuerden lo trascedente.​

Aprendemos a vivir cuando nos damos cuenta por dónde pasa lo realmente importante

A vivir nadie nos enseña, lo vamos aprendiendo solos a través de nuestras experiencias. A veces desde la conciencia, a veces a duras penas por actos de inconciencia. No hay libros ni recetas, solo hay vivencias en las que nos vamos dando cuenta por dónde realmente pasa la Vida.

Si aprendemos de la experiencia, si escuchamos la voz de nuestra esencia, si pausamos y serenamos el ritmo para apreciar lo que no vemos cuando vamos a toda velocidad… nos llegará la vejez y la muerte tocará algún día nuestra puerta y nos encontrará agradecidos por lo vivido y no arrepentidos por lo que nos quedó por vivir. Y no pretende ser esta reflexión, una expresión dramática... cuando más concientes somos de nuestra propia muerte y de la impermanencia de todo lo que nos rodea, más apreciamos y valoramos la vida porque sabemos que no es "garantía".

Cuando el final de nuestros días nos ecuentra con una vida bien vivida, no hay miedo, no hay ansiedad, hay entrega y profunda paz. Hay comprensión de la muerte como una etapa más.

La vida que nos fue dada ha sido venerada y consumida, no postergada ni prometida para un tiempo que no podemos detener y menos aún controlar.