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La Felicidad no está siempre un paso más allá

Por Corina Valdano

26 de octubre de 2017

Cuando nunca es suficiente para sentirnos a gusto con nuestra vida

Como seres humanos atravesados por la constante insatisfacción y la impermanencia de todo lo que nos rodea, somos incansables buscadores de una felicidad externa que parecieramos nunca alcanzar... Sucede que cuando falta de aquí, sobra de allá, cuando lo uno se acomoda, lo otro se tuerce. Y allí estamos tratatando de enderezar "lo torcido" porque nos creemos el cuento de que cuando todo esté "perfecto", según nuestra mente estructurada, que ya tiene "un plan hecho", entonces sí, nos sentiremos felices y satisfechos.

Si existe una realidad inquebrantable es que todos queremos ser felices y nadie quiere sufrir. Aunque a veces equivoquemos el modo, nuestra finalidad es siempre lograr la dicha y evitar la desdicha.​

En busca de la panacea de la satisfacción duradera nos embarcamos en miles de propósitos, iniciamos un circuito sin fin bajo la promesa de que la felicidad está siempre un paso más allá. Así, pasamos de un trabajo a otro, nos mudamos, dejamos una relación para iniciar otra. Compramos objetos que acarician nuestro caprichoso ego, formamos familia, esperamos las vacaciones soñadas. Volvemos a la naturaleza en busca de nuestro centro, comemos saludable para cuidar nuestro cuerpo, practicamos yoga, perseguimos premios.

Todos estos intentos fallidos, se sostienen en la creencia de que la felicidad se basa en circunstancias externas, en una realidad concreta que anhelamos y a la que solemos aferrarnos. ¡Por supuesto que nos colmamos de contento cuando algo deseado es logrado y plasmado en la realidad! Pero los invito a preguntarse...

  • ¿Cuánto dura esa felicidad hasta que pronto aparece una nueva necesidad que nos pone la vara más alta?
  • ¿Cuánto tardamos hasta sentirnos otra vez insatisfechos porque ahora pretendemos más de lo que logramos tiempo atrás? 

Cuando la felicidad se nos corre un paso más allá a medida que avanzamos y tratamos de alcanzarla, es porque estamos golpeando puertas equivocadas

¿Hasta dónde la felicidad depende de nuestras circunstancias externas?

Bien vale decir, que nada malo hay en pretender generar las condiciones que creemos que nos darán dicha y felicidad. El error radica en una falla de percepción, en creer que una relación, un nuevo trabajo, un título, una posesión tiene en sí misma la habilidad o cualidad de darnos plena felicidad. El velo cae cuando lo anhelado es alcanzado y lo esperado se disipa de nuestras manos. La ansiada sensación de placer y encanto se desvanece al mismo tiempo que crece una nueva ilusión que promete lo que la anterior no logró. Como olas en el mar, nuestras emociones se enloquecen y luego de esfuman, nos ilusionamos y desilusionamos, no porque lo deseado no resulte satisfactorio apenas alcanzado, sino porque pretendemos que “eso fuera” nos garantice una felicidad plena y duradera.

Pero la causa de nuestra complacencia no está fuera, no hay nada externo e inherente que sea manantial de nuestra felicidad. Sí, por supuesto, nos podrán otorgar pequeñas dosis de contento y regocijo, pero el engaño que nos contamos es que ese gozo será duradero y nuestra vida cambiará después de eso.

Todo lo que nos rodea está en constante cambio, todo lo que emana, se desvanece y eventualmente desaparece. Un acontecimiento esperado pasa, una persona amada cambia, nuestras necesidades y apreciaciones se modifican y lo que antes perseguíamos con afán y tenacidad, queda atrás, solapado por un infinito encadenado de atracciones y aversiones que generan ilusiones y desilusiones como el movimiento de las olas en el más bárbaro mar.

El apego a lo pasajero pronto hace caer el velo de la ilusión de lo duradero

Es nuestra absoluta dependencia a las cosas transitorias y el apego que generamos hacia ellas, bajo la promesa de felicidad eterna, lo que es fuente de todo dolor y de frustración. La calidad de "dicha" ganada siempre es de corta duración y su intensidad va decreciendo en picada.

Necesitamos reconocer la naturaleza impermanente de la realidad para abandonar las expectativas irrealistas en torno a la solución que traerá lo que vendrá, el impacto que tendrá lo tan ansiado que esperamos, las soluciones que representarán y lo diferente que será nuestra vida si eso que no está presente de repente aparecería.

Si la felicidad no está más allá... ¿cuál es el "más acá"?

Seguir buscando condiciones externas bajo la promesa de que eso será la solución a todos nuestros problemas es auto-engañarnos. Pues tener más o menos de lo que tanto anhelamos no son más que bálsamos que anestesian nuestra lúcida visión. Cuando los velos de la ignorancia nos ocultan la verdad, pensamos que las cosas fuera, y también las personas que nos rodean son inherentemente y por sí mismas: “malas o buenas”, “atractivas o rechazables”. Esas cualidades parecen estar “ahí” por sí mismas ajenas a nuestra capacidad de percibirlas.

Cuando comprendemos que no son las circunstancias en sí mismas las que nos acarrean sufrimiento sino nuestra manera de relacionarnos con ellas, tenemos gran parte del camino allanado y ponemos en nuestras manos la responsabilidad de cómo posicionarnos ante el dolor inevitable.

El cielo y el infierno no es algo externo, es un estado mental interno

Somos esclavos de lo que deseamos y fugitivos de lo que evitamos, si olvidamos la capacidad originaria que tenemos para entrenar nuestra mente y no dejarnos tragar por los pensamientos que genera tal como si fueran verdad.

No se trata de ser estoicos e indiferentes o volvernos fríos ante todo lo que acontece a nuestro alrededor. Domar la mente nada tiene que ver con alejarnos del placer, sino que implica la pericia de saber pausarla cuando comienza a cabalgar y a dirigirse hacia cualquier lugar.

Se trata de aprender a reconocer cuando nos estamos engañando al poner demasiadas expectativas en lo bueno que vendrá, cuanto nos angustiamos pensando que una situación dolorosa nunca pasará, cuanto creemos que la fuente y causa de nuestra felicidad descansa siempre un paso más allá.

Esta percepción errónea está profundamente arraigada en nuestra ignorancia humana. Rara vez nos cuestionamos, nos interpelamos, nos preguntamos si la manera en que percibimos el mundo, a los demás y a nosotros mismos, es realmente así. Pocas veces dudamos de que solo vemos una parte parcial de la gran foto universal.

Nos aferramos a nuestras creencias y hacemos de ellas un culto, una veneración o una devoción.

La acción inteligente es interrogarnos para que lo obvio se ponga en duda y lo rígido se flexibilice dando lugar a la posibilidad de que lo externo no sea más que una proyección de nuestra mente infantil que se resiste a admitir que lo que nos rodea es apenas una imágen coloreada por nuestras ilusiones y aversiones, por nuestras búsquedas y evitaciones.

Mente Lúcida. Mente Serena. Mente Gozosa

La verdadera causa de la felicidad descansa detrás de todos esos velos, por debajo de esos perversos juegos de ilusión y de desengaño. Es la mente la que tiene la virtud y la capacidad de garantizarnos una felicidad duradera. Todos los seres humanos podemos experimentar felicidad, bajo la condición inquebrantable de ponernos a trabajar en quitar los obstáculos que entorpecen su hallazgo. El desafío es limpiar el cristal que opaca la lucidez de nuestra percepción real.

La mente es clara por naturaleza cuando ponemos luz en la oscuridad. Cuando calmamos a ese caballo mental desbocado y nos posicionamos como jinetes dirigiendo nuestra vida bajo expectativas realistas, reconociendo la naturaleza impermanente de todo lo que nos rodea, dejando atrás la irrealista esperanza de pensar que un objeto, una situación o una persona serán las fuente de la auténtica felicidad. Y que además, lo serán por siempre.

La felicidad es una percepción y la percepción puede ser entrenada. ¿Cuánto tiempo se dedican a entrenar una "mirada apreciativa", "agradecida" de lo que está bien en su vida?

La terapia y la meditación son recursos para poder acceder a esas pausas que cambian de manera radical nuestra visión acerca de cómo valoramos la vida que nos fue dada.

La meditación nos ayuda a pausar y a ganar lucidez. La terapia nos energiza para cambiar de dirección y ponernos en acción.

La felicidad se parece mucho a un estado de serenidad mental más que al logro de tal o cual resultado. Desarrollar amabilidad, paciencia y compasión en el trato que nos damos es requisito fundamental para no apurar lo que ha de ser madurado.

La felicidad se parece mucho más a un estado de "serenidad mental" más que al logro de tal o cual resultado que pretendemos ansiosamente alcanzar

La conciencia es como una semilla que tenemos que aprender a cultivar. La causa de la dicha o de la desdicha descansan en nuestra mente serena o alocada. Cuanta más clara la visión, menor será la desilusión y la constante frustración de golpear las puertas equivocadas creyendo que nos conducen a la felicidad deseada.