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Expandir nuestro territorio. Ampliar nuestra consciencia.

Por Corina Valdano

18 de agosto de 2017

Qué limitados vivimos cuando solo miramos el territorio que habitamos. Que condicionados estamos cuando solo funcionamos por lo que nos han enseñado.

Cuando miramos más allá de nuestras limitadas fronteras, encontramos una enorme diversidad…de formas, culturas, tradiciones, colores, aromas y lenguas que nos recuerdan que somos apenas granos de arena en una inmensa playa que nos rodea.

Ignorar que hay mucho más allá de lo que “tomamos como verdad”, restringe nuestra voluntad y nuestras elecciones a solo un par de opciones: “lo que está bien y lo que está mal”. Sin cuestionarnos esta dualidad vamos por la vida tratando de “encajar” en lo que corresponde y evitando lo que puede ser desaprobado por nuestro entorno más inmediato.

La Vida me está presentando la oportunidad de poder viajar y hacer de esta posibilidad, una “gran escuela”, además de una intensa vivencia personal, familiar y profesional. Casa sitio que visito tiene su impronta, cada persona que conozco me recuerda las miles de formas de transitar la existencia, ninguna más válida que otra.

Vale la pena aclarar, que no hace falta trasladarse, podemos viajar a través de la curiosidad que nos lleva a investigar qué hay más allá de lo que nos resulta habitual.

En este contexto personal y estando lo suficientemente lejos de mis condicionamientos, no he tardado en darme cuenta que lo que se cuestiona y sanciona en un lugar, cruzando la frontera se festeja. Esto me lleva a reflexionar… ¿Cuán sometidos estamos a los mandatos de la tierra que habitamos? ¿Cuán condicionados funcionamos si no nos animamos a cuestionar lo que se entiende como “bien” o “mal” en un determinado lugar?

Nuestro temor humano a ser desaprobados, hace que olvidemos relativizar aquello que nos transmitieron como Santo Credo. Sin embargo, cuando vemos un poco más allá y cruzamos las fronteras de nuestra finita parcela de identidad, nos anoticiamos que hay tantas formas de ser y estar…, que nadie tiene la “verdad” de lo honorable y lo condenable, que lo normal bien puede etiquetarse de rareza en otro punto del planeta, que caminar descalzo puede estar asociado a la pobreza o bien ser símbolo de reverencia, que comer con la mano y sentarse en el piso no es asunto solo de niños, que cubrirse todo el cuerpo puede ser muy bello en una mujer, así como mostrarlo casi en su totalidad puede seducir en otro país.

El peso asignado a lo “normal” se desvanece cuando la conciencia se expande para contemplar el enorme abanico de posibilidades. Así como se fija y rigidiza cuando tomamos una simple convención cultural como dogma de verdad. Cuando esto último sucede, cuando seguimos creencias y mandatos a ciegas, nos limitamos a vivir con un manual que nos indica el camino que hemos de seguir para llegar a lugares que no nos preguntamos siquiera si los deseamos. Así funcionando, somos robots en “piloto automático”.

La sabiduría Budista afirma que “vivir una vida humana es un gran privilegio”, pues a diferencia de otros seres sintientes podemos elegir en estado de plena conciencia de sí. Sin embargo, cuando solo repetimos no estamos haciendo un uso creativo de esta cualidad humana que bien usada nos lleva a la búsqueda natural de bienestar y paz.

Reproducir comportamientos, rituales y costumbres porque así lo hacen los demás, solo nos garantiza un lugar dentro de la “normalidad”, pero poco margen deja para la expresión de nuestra verdadera autenticidad. Siendo que no hay mayor felicidad en esta viva que vivirla en coherencia con nuestra más profunda esencia…¿Vale la pena someterse a determinadas creencias cuando estas enajenan más de lo que nos llenan?

Este escrito no alienta la rebeldía vacía, no fomenta romper tradiciones y normas, si estas se eligen desde una mente conciente y despierta. Es más bien una invitación a levantar la mirada, para ver más allá de nuestro resumido manual de lo que se supone que está bien o mal en un determinado lugar. Relativizar aquellas verdades que tomamos como general, nos deja margen para elegir, nos da libertad de optar.

Mi propósito es recordar lo que solemos olvidar: una convención cultural está hecha por un grupo humano falible, en un tiempo y un espacio concreto. Lo censurable, lo criticado, lo inadaptado es tan arbitrario, como lo venerado, alentado y admirado.

La ética esencial, aquellos valores internos que orientan nuestros comportamientos a la felicidad, son guías más fieles, que la moralidad impostada que tiene por único fin “encajar”. Valores como la compasión, la autenticidad, la gratitud, la paz, el altruismo, la ecuanimidad, la sinceridad, no tienen fronteras ni banderas. Estas virtudes forman parte del potencial que como especie humana venimos a desplegar.

Es bueno que reflexiones si orientas tu vida según los valores esenciales que nos unen como especie humana o si la orientas desde la mente que separa a unos de otros por su raza, cultura, tradición o religión. Detrás de la inmensa diversidad yace la profunda similitud de lo que nos hermana como humanidad.

Cuando limitamos y restringimos nuestra expresión por una arbitraria convención, por el temor a quedar fuera de la “normalidad”, por miedo al “qué dirán”, es preciso observar más allá, es necesario cuestionar qué se entiende como lo que está bien o mal en una determinada sociedad.

Jiddu Krishnamurti, líder espiritual indio afirmó: “No es signo de buena salud el estar bien adaptado a una sociedad enferma”.

Con esto quiero decir que no se trata de seguir a ciegas a una manada. El discernimiento y el cuestionamiento nos resguarda de no someternos a la obediencia de costumbres y reglas que esclavizan mucho más de lo que nos liberan.

Hay tantas formas de expresión válidas, tantos modos de existir, tanto colorido y matiz…Cada lugar tiene su tonalidad, pero la pincelada la da cada vida humana que se despliega en una determinada zona geográfica. Cuando las fronteras limitan la expresión, la mente ha de estar lo suficientemente abierta para incluir la variedad y darnos la licencia para Ser quienes somos en verdad.

Relativizar nuestras verdades, nos abre posibilidades. Flexibilizar nuestros dogmas nos permite integrar e incluir, trascendiendo el afán del ego por dividir. Es tiempo de tender puentes en lugar de seguir trazando fronteras, es momento de abrirnos de corazón y mente para abarcar a nuestra inmensa humanidad. Todos somos gotas del mismo mar…Todos somos Uno, y cada uno necesita aportar su propia gota a este colosal mar para que siga hidratando y nutriendo nuestra naturaleza humana en todas sus manifestaciones válidas.