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Cuando nos aceptamos, mejoramos

Por Corina Valdano

27 de mayo de 2017

Cuándo te miras, ¿qué es lo primero que observas y remarcas?

Cuando te hablas, ¿qué es lo sueles decirte en tus diálogos internos?

Seguramente, aquello que quisieras que sea diferente, aquello de lo que reniegas, aquello que condenas y te enoja cada vez que lo recuerdas, lo que no es suficiente, lo que está de sobra, lo que rechazas y detestas. ¿Así te tratas? Así nos tratamos…parece irracional pero así sucede lamentablemente en la realidad de muchas personas que ejercen el hábito de criticarse y maltratarse.

En Occidente aprendimos una manera muy dura y exigente de apreciarnos a nosotros mismos…Jugando con esta palabra, diría que más que “apreciarnos”, muchas veces nos dedicamos a despreciarnos. A pelearnos con partes nuestras, a remarcarnos lo negativo con la misma intensidad que subestimamos lo positivo. Buscamos desesperadamente aceptación afuera, cuando hemos sido los primeros en rechazarnos a nosotros mismos, a veces más notoriamente, otras de maneras más sutiles, inteligentes y silenciosas.

Cuando el afuera nos maltrata, cuando el afecto que anhelamos no llega, es bueno habilitar la pregunta ¿qué trato nos estamos dando? Lo exterior no deja de ser una evidente manifestación de procesos internos de desvalorización.

¿Cómo aprendemos a maltratarnos?

Muchas veces el contexto de crianza no ha favorecido una mirada amable hacia uno mismo. Ya sea porque siempre se remarcaba lo negativo, se insistía en lo que podríamos haber hecho mejor, o lo bueno nunca resultaba suficiente. Se sancionaba el error y se naturalizaba el acierto. En otros casos salimos de nuestra infancia contentos de quienes somos y nos encontramos con una cultura que nos muestra lo que “podríamos” llegar a ser y no somos. Cuando la distancia entre el ideal y quienes somos en verdad, es demasiada…. la insatisfacción tiene lugar corrompiendo el cariño que nos tenemos. Aprendemos a querer ser distintos ya desde muy pequeños.

En mi práctica profesional, generalmente en la primera entrevista, veo a diario cuán entrenadas están las personas para enumerar sin pestañar ni respirar…una interminable lista de defectos personales y cosas que quisieran cambiar. Y ante la inesperada pregunta ¿Qué de vos te enorgullece y dejarías tal cual está? ¿Cuáles son tus dones y talentos? Abren sus ojos con una inusual cara de sorpresa que anuncia, claro está, que nunca se han hecho a sí mismos esas preguntas… ¡Vaya paradoja! ¿Verdad?

También esta impronta puede verse en el ámbito interpersonal. Con mucha facilidad alguien puede afirmar y sentenciar lo que no le gusta de su pareja. Las palabras en este caso parecen dispararse como balas y se recita de memoria el verso interminable de la veneración al error…pero ante la pregunta ¿Qué te enamora de esa persona? ¿Qué hace que la sigas eligiendo hoy? Silencio y mirada desconcertante. ¡Sí! ¡Es una pregunta que debemos hacernos con regularidad y tiene que tener su lugar tanto o más que la anterior!

Qué difícil es amar y qué difícil es amarse cuando lo negativo se destaca y promociona y lo positivo se desvanece y queda en el fondo…allá lejos en el olvido.

No estoy intentando “suavizar” lo intolerable de los demás ni fomentar una aceptación que roza más la resignación que la amabilidad hacia uno mismo.

Es muy saludable querer superarse. Considero que una vida bien vivida es quien logra irse de este mundo mejor de lo que llegó. Ahora bien…podemos decidir ser fieles aliados o crueles enemigos de nosotros mismos en el intento de mejorarnos.

Una metáfora ayudará a comprender. Imagina un niño pequeño haciendo sus primeros dibujos. No son muchos los que ante el primer trazo que no les gusta, continúan el dibujo tratando de embellecerlo. Generalmente enojados con su torpeza, hacen un bollo con la hoja, la tiran a un lado y piden hoja nueva… A veces es eso lo que pretendemos hacer con nosotros mismos… ¡un bollo y a la basura! Pero una nueva vida, no es descartable, tampoco se consigue tan fácil como una hoja en blanco. Cuando nos damos cuenta de eso, no nos queda otra que desarmar el bollo, alisar la hoja y seguir los trazos. De pronto podemos tomar consciencia que la línea que parecía arruinar el dibujo, se convirtió en una montaña hermosa y embellecimos el paisaje que dábamos por acabado y así como en esta metáfora, podemos aprender a querer y a mejorar con amorosidad y tolerancia lo que antes detestábamos.

De esto les hablo, de evitar abollarnos, de dejar de pretendernos puros y castos, de amarnos imperfectos e incompletos. Y desde allí, trabajar sobre lo posible, dejar de buscar lo imposible, no esperar a ser distintos para querernos, no perder tiempo forcejeando con la vida y enojados con el mundo reclamando que nos den una hoja en blanco, y ¡hasta veces pretendemos un block de hojas entero!

El Arte de completar lo faltante

Es contemplando la totalidad de lo que somos y honrando lo que pudimos ser hasta ahora que podemos proponernos mejorar y enriquecernos. Se trata de abandonar la mirada desconfiada con la que observamos nuestras virtudes y el examen juicioso con el que condenamos nuestras falencias. No hay nada malo en uno mismo, ni defectuoso, ni por corregir. Solo hay partes “menos crecidas” que debemos nutrir para que crezcan y maduren en su expresión. Si esos rasgos están, es porque en alguno momento los necesitamos desarrollar (por protección, por defensa, por impotencia, por temor). Erradicarlos es amputar partes nuestras, cometer un suicidio parcial de nuestra interioridad. Se trata en cambio, de actualizarlos y dirigirlos hacia fines más constructivos.

En Oriente, la psicología budista nos habla de Maitri (en sánscrito). Este término tan desconocido en Occidente alude a desarrollar el hábito de “mantener un trato amable hacia quien se es”. Un afecto incondicional hacia la persona que somos. En Occidente, en cambio, “ponemos demasiadas condiciones para querernos”: Si conseguimos esto, si tenemos aquello, si cambiamos lo otro…, solo “bajo esas condiciones” puede emerger algo así como una especie de afectuosidad “prestada” …puesto que estará sujeta a las condiciones y valoraciones que hagamos de nosotros mismos en un momento determinado. Y durará lo que dure el sabor de lo conseguido y se extienda la gracia de nuestra virtud. Ante el más mínimo tropiezo, nos condenamos con rudeza y nos retiramos el afecto.

Maitri en cambio nos invita a desarrollar una mirada amable y compasiva, no auto-condescendiente pero sí paciente y tolerante con los propios ritmos e imposibilidades. Maitri, es acompañarse en el proceso y en el arte de convertirse en una mejor persona sin empujarse con exigencias a ser una persona diferente a quién uno es.

En el camino de intentar superarnos día tras día, es mejor dejar de insistir en querer cambiar lo que no nos gusta, esa no es la forma.

“Lo que resistes, persiste”, dice el sabio Carl Gustav Jung.

Estar obsesionados por ser diferentes a quienes somos solo refuerza lo que queremos evitar. Así como la oscuridad se va poniendo luz, el defecto se sopesa con la virtud. Si es que, por ejemplo, no nos gusta ser tan estructurados, en lugar de enojarnos con ese rasgo y atacarlo, intentaremos estar atentos a ser flexibles cuando se nos presente la oportunidad. Si es que reconocemos ser demasiado pesimistas, será bueno proponernos remarcar algo positivo de una situación antes de la respuesta negativa automática que nos saldría con facilidad. Si es que nos reconocemos inconstantes, procuraremos terminar lo próximo que empecemos para comenzar a sembrar perseverancia.

De este modo, el “conocernos” a nosotros mismos en profundidad nos permitirá reconocer y aceptar todos nuestros rasgos e ir complementando e integrando con el rasgo que equilibre y compense lo que en cada persona se encuentra de modo exagerado o carente.

Es importante comprender que no hay rasgos buenos o malos, solo los hay carentes o exagerados. Ser “demasiado de algo” o “carecer bastante de” nos vuelve polares. Es la intensidad del rasgo lo que lo convierte en un defecto o en una virtud. Es por eso que no hay nada malo en nosotros per se, solo hay patrones rígidos y exagerados que deben ser equilibrados y flexibilizados con cualidades complementarias. Ser tolerante pareciera ser a primera vista una virtud, pero puede ser una tremenda desventaja en alguien que tolera más allá de los límites saludables. En este caso será necesario aprender a enojarse para poder decir que no y marcar los justos límites.

Nuestra psique funciona como un sistema autorregulado, que se esfuerza de manera constante por mantener el equilibrio entre tendencias o rasgos opuestos. De modo que, cuando caemos en polaridades en el plano consciente, nuestro inconsciente lo detecta y reacciona buscando compensar ese desequilibrio: se expresará en sueños, fantasías, síntomas, enfermedades. El inconsciente expresa lo que la conciencia no admite, en un intento a veces desesperado de hacerse oír. Reconocer nuestras polaridades e integrar los opuestos colabora con esta función autorreguladora innata de nuestro aparato psíquico, facilitando nuestra ecología mental.

Cuanto más nos conocemos y más “nos sabemos”, mejor podemos gestionarnos a nosotros mismos. Y si a esta valiosa información, le sumamos un afecto genuino y sincero hacia la persona que somos, seremos cada vez más constantes en lo que nos hace bien y tomaremos distancia de lo que no, sin demorarnos tanto ni dañarnos innecesariamente.

Tenernos como aliados es lo que nos garantiza una convivencia en paz y feliz con la persona que somos. Te animo a que tomes entre tus manos esa “hoja abollada”, que miras cada tanto con desaire…, de seguro ya no estará en blanco, tendrá trazos mejores que otros…Lo que está hecho, hecho está, déjalo así, retoma desde donde dejaste y trata de seguir la figura de tu vida, haciendo los mejores trazos que en este momento puedes hacer, honrando tus esfuerzos y anhelando cada día poder un poco más que ayer, solo un poco, cada día, sin prisas ni exigencias, con determinación y constancia en el marco de un buen trato personal y respetuosidad. Convivimos toda la vida con nosotros mismos, desde que llegamos hasta que nos vamos…que el camino sea llevándose de la mano y abrazándonos fuertemente desde adentro.

Psicóloga Corina Valdano.